La neblina de la Cordillera Central dominicana dentro de la Loma de Thoreau. (foto: José Roberto Hernández) |
(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)
El viernes pasado, en un patio del Santo Domingo colonial, hablábamos con un artista cuando Jaime Moreno llegó al lugar. Justo después del abrazo, sin que nos lo propusiéramos, el bosque dominicano se impuso como tema de conversación. De pronto, me di cuenta que el artista ya no estaba en la mesa.
El viernes pasado, en un patio del Santo Domingo colonial, hablábamos con un artista cuando Jaime Moreno llegó al lugar. Justo después del abrazo, sin que nos lo propusiéramos, el bosque dominicano se impuso como tema de conversación. De pronto, me di cuenta que el artista ya no estaba en la mesa.
Más
tarde, le pregunté por qué se había marchado. “Me aburren los árboles”, fue su
respuesta. Eso me hizo pensar en cuánto han cambiado mis temas de conversación
preferidos y las personas con las que prefiero conversar. Ahora, nada disfruto más que la naturaleza.
Esa
es la razón por la que me alegra tanto la compañía de gente como Mario Dávalos,
Miguel Lajara, Jaime y Jesús Moreno. Ellos siempre miran a este país con otros
ojos. Tienen la capacidad de ver, en un mismo paisaje, el pasado, el presente y
las mejores posibilidades para el futuro.
Por
Mario descubrí Quintas del Bosque, el lugar donde Diana y yo le hemos dedicado
una loma a Henry David Thoreau, una de nuestras mayores fuentes de inspiración.
Junto a Mario he vivido también experiencias inolvidables por los montes
dominicanos, tras el rastro de especies en peligro de extinción y entornos
únicos.
Miguel
Lajara me ha dado la oportunidad de colaborar con el proyecto sociocultural de
Granja Guanuma, que se propone abrir sus puertas a las familias y las
comunidades educativas, para que disfruten de la experiencia que significa
saber del campo y vivir, de una manera sostenible, de lo que él produce.
Miguel
tiene tantos sueños en la cabeza que a menudo pierde la paciencia con ellos.
Hoy, cuando todos hablan de compromiso sin estar realmente comprometidos, gente
como él, que trabaja sin descanso para que sea posible producir alimentos en
armonía con la naturaleza, merecen toda nuestra solidaridad.
Al
filo de los 50 años suele hacerse difícil elegir eso que llamamos “días
inolvidables”. Puedo asegurarles que uno de los míos transcurrió en una loma de
San José de las Matas, mientras recorría con Jesús Moreno las plantaciones de
macadamia con las que él se ha propuesto salvar un entorno devastado.
Junto
a Jesús, también, subí hasta las fajas de la Loma Quita Espuela a reforestar
un pedazo de esa área protegida que había sido destrozada por un invasor. Alguien,
con más influencias de las que merece, se había apropiado del terreno para
construirse una casa de campo. La primera manifestación de su “sentido de
pertenencia” fue derribar el bosque.
En
el patio del Santo Domingo colonial, mientras conversaba con Jaime, seguimos
sembrando espacios en el futuro. Él prometió conseguirme unas posturas de ébano
verde, un árbol dominicano en grave peligro de extinción. Yo le prometí
cuidarlas hasta que crezcan lo suficiente y ya no necesiten de mi ayuda.
Siempre
disfruté de la naturaleza, pero antes no era consciente de lo frágiles que son
los entornos, ni de las pequeñísimas cosas que uno puede hacer para no seguir
agravando los daños sobre ellos. Ahora, miro de otra manera al campo y a los
bosques, esa es una de las cosas que le agradezco al haber envejecido.
Fernando
Pessoa, el poeta portugués que tuvo varios heterónimos porque escribir bajo una sola identidad le
resultaba insuficiente, decía que la literatura era una prueba evidente de que
la vida no basta. En compañía de gente como Mario Dávalos, Miguel Lajara, Jaime
y Jesús Moreno, he aprendido que sembrando árboles podemos dejar una huella que
dure mucho más que nosotros.
Nací
en el campo y me crié entre campesinos. Durante mi adolescencia mi gran sueño
era vivir en la ciudad y poder andar al aire libre sin tener que vérmelas con
el lodo y la soledad de la intemperie. Ahora nada me hace más dichoso que
permanecer en un espacio donde todos los ruidos provienen del monte.
A mí también me aburrían los árboles. Pero ahora
soy un buscador de sus sombras para confiar en ellas. Así es que me busco a mí
mismo, así es que encuentro a la gente de la que quiero estar rodeado.
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