Ninguno de
los dos lo recuerda,
pero
aquella noche
la pasamos
sobre el agua,
mientras la
columna de humo
nos llevaba
lejos
de todos
esos lugares
en los que
al final
nunca podríamos
quedarnos.
Ni tú ni yo
conservamos nada
de aquel
largo amanecer
entre los
cayos,
la neblina
del Golfo
y la luz
siempre tardía de los faros.
Desde
entonces viajamos juntos,
amor mío,
aunque no
tengamos manera de probarlo.
Basta la
certeza de que estábamos allí,
buscando
alguna señal en el mar
o en
nuestros propios ojos,
intuyendo los
recuerdos
que nos
esperaban
muchos años
más tarde,
apenas unos
días después
de que lográramos
escapar por última vez.
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