16 julio 2021

Mis 54 años


Cuando uno tiene menos de 40 años, está convencido de que nunca saldrá de ese círculo vicioso que es la juventud. A partir de ahí la cosa cambia, sobre todo después de la media rueda. Se los dice alguien que acaba de llegar a los 54. Por más resistencia que se ofrezca, se empieza a sentar cabeza.
He intentado madurar en lo indispensable (admito que no siempre lo consigo) y solo dejo de hacer lo que mi espinazo ya no resiste (heredé de mi padre una columna vertebral de vidrio). Pero, sobre todas las cosas, vivo la vida que siempre imaginé. Aprendí eso de Henry David Thoreau y lo llevo al pie de la letra.
Ayer, después de una difícil semana, aterrizamos en Chicago. Aunque los dos equipos de pelota de la ciudad están en la carretera, nos quedan la arquitectura, la exposición permanente del Instituto de Arte, los trenes, los clubs de jazz y el tentador olor a bourbon que sale de lo oscuro cuando uno abre sus puertas.
Me imagino que todos sentimos el mismo miedo a la vejez que yo tengo. Vi cómo Aurelio fue perdiendo su fuerza descomunal hasta quedarse totalmente desvalido. Estaba ahí cuando Atlántida y Lérida se marchitaron. Ya soy apenas 12 años más joven que mi padre.
Pero cada día que me despierto junto a Diana Sarlabous me hace un tilín más valiente. Aunque nuestra cama es grande, duermo en la estrecha franja de sábana que hay entre su abrazo y el abismo. Sé que, de aquí en adelante y hasta donde dé la cuenta, seremos los mismos. Al menos en eso no cambiaremos.
Ese es el secreto de la eterna juventud: envejecer feliz con uno mismo… y con la persona que elegiste amar.

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