Hace 18 años un querido amigo que aún vive en Cuba estuvo de visita en Santo Domingo. Entonces yo laboraba de editor en un diario y él, con asombro, me preguntó para qué un país donde no pasa nada necesitaba periódicos de 80 páginas. Se me ocurrieron tantas respuestas que me quedé callado.
Apenas habíamos estado dos años sin vernos y ya no lográbamos ser los mismos. Cualquier tema de conversación se convertía en un ladrillo más sobre el muro que, sin saberlo, habíamos estado levantando entre nosotros. Cuando me vio tan estresado por pagar las cuentas, me recordó que antes jamás me preocupaba por eso.
Era las vacas gordas del chavismo y el ALBA. En el stand de Cuba en la Feria del Libro, había tantas fotos de Hugo como de Fidel. Cuando le dije que estaba buscando un patrocinio para publicar un librito de poemas, me restregó que “allá a cada provincia le asignaron una imprenta y un triciclo Piaggio”.
Además, estaban pintando toda La Habana, habían llegado más de cien locomotoras de China (“¡A ti que te gustan tanto los trenes”), una nueva carretera acortaría la distancia entre Cienfuegos y La Habana, los cubanos ya podíamos ir a los hoteles, a Varadero se entra sin problemas…
Cada cosa que dijo me hizo sentir mal (a veces horriblemente mal). Lo único que quería, me dijo, era un par de botas Timberland. Lo llevé a la tienda y se las regalé (yo no tenía unas así en aquel entonces, todavía no me podía dar el lujo de elegir una marca en específico). Pagué con la tarjeta de crédito.
“El capitalismo es deuda”, subrayó. De regreso a casa pasamos por un supermercado a comprar un churrasco. Quería hacerle una parrillada en mi BBQ de entonces, que era el más enclenque del mercado. “¿Quieres manzanas?”, le pregunté. “Nooo… ¡Han vuelto las manzanas, siempre tengo en casa!”.
1 comentario:
Venegas, deja las manzanas de ese amigo tuyo y trata de ver las últimas noticias, que en pueblos y ciudades de Cuba ya el pueblo se ha lanzado a las calles.
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