05 julio 2021

El submarino rojo


Sonaba como si de verdad avanzara por debajo del agua. 
Clap, clap, clap, se le oía al llegar. Venía del mar de cañaverales que se extendía desde Mataguá hasta Ranchuelo, pasando por Potrerillo y San Juan de los Yeras. Aunque era un recorrido de poco más de 50 kilómetros, llegaba exhausta.

La Mak 850 D arribaron a Cuba en los años 50. Eran de fabricación alemana y tenían el mismo motor que los temibles submarinos U-boat, esos que el cazador Ernest Hemingway persiguió por la callería cubana en su Pilar. A diferencia de los sumergibles, las locomotoras estaban pintadas de rojo.

A pesar de que eran diesel (las primeras en llegar al país), eran movidas por bielas como las máquinas de vapor. Por eso las bautizaron como “pata de palo”. Tenían la transmisión hidráulica justo debajo de la cabina. Eso la hacía terriblemente calurosa en el Trópico. Gracias a Juan Carlos Portales, William Abuela nos contó una de las tantas historias que vivió en ellas.

“Salí de conductor con Óscar Portales (tío de Juan Carlos) de maquinista en el Auxilio Menor de Santa Clara. Íbamos a trabajar un accidente en Los Ángeles, ramal Caibarién. Me bajé en Carmita para coger la vía y al regresar me encontré a Óscar completamente desnudo… ¡Aquellas patas de palo eran un horno!”, dice antes de soltar una carcajada.

Guillermo Vázquez (hijo de Mandrake, el legendario maquinista) asegura que las Mak hubieran podido durar tanto como las MG 900, que llegaron a Cuba por la misma época y aún andan con el ferrocarril de la isla a cuestas. “Fueron los tecnócratas y los factores sociopolíticos los que las condenaron a muerte”, afirma.

Encima de mi cama había una enorme ventana que daba al andén. Muchas veces era su sonido quien me despertaba. Me asomaba a los postigos para verla. Después de dejar y tomar pasajeros, retrocedía para internarse en el ramal Cumanayagua. Clap, clap, clap se le oía irse con sus dos pequeños coches de pasajeros y una viejísima casilla de expreso. 

El sonido se iba apagando lentamente, mientras se sumergía otra vez en el mar de cañaverales que se extendía desde mi pueblo hasta el punto donde el Escambray se encaja en el llano.

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