Aunque parecería que los timbres de las estaciones suenan siempre igual, Aurelio es capaz de descifrar algo que Atlántida y yo no podemos. Entre los timbrazos cortos y largos, entre el sonido y el silencio, él intuye el carácter de las llamadas. Mi abuela dice que les presta atención hasta dormido.
Por eso esta madrugada, cuando oyó la manera en que la estación de Cherepa llamó a la de Cruces, se tiró de la cama. “¡Pasó algo!”, dice Atlántida que susurró, mientras caminaba a tientas en dirección a la puerta de la oficina. Sin encender ninguna luz y aún en pijama, se enganchó el auricular del teléfono en la cabeza.
—Hubo un descarrilamiento en el kilómetro 35.3 —dijo al volver a la casa—. Es de auxilio mayor.
Esa situación kilométrica, según el Itinerario, es entre el cruzamiento de la vía estrecha y la estación de La Flora, un apeadero en el que ya ningún tren se detiene. Desde el andén no alcanza a verse nada, pero Aurelio se mantiene con la vista fija en un punto imaginario que está en dirección al desastre.
A mi abuelo no le gusta dar muchos detalles sobre los accidentes. Solo se refiere a ellos cuando ha pasado mucho tiempo y la historia ya no puede perjudicar el honor del algún ferroviario. El maquinista del tren descarrilado es un viejo amigo suyo. Esa es la razón por la que se ha pasado el día cabizbajo y de muy mal humor.
—En ese tramo hay una precaución —le dijo a mi abuela tratando de que yo no lo escuchara—. Por ahí hay que pasar a 25 kilómetros y parece que iban a más de 50.
—Los pobres —dijo Atlántida cabizbaja—. ¿Tú crees que los separen?
—Como están las cosas…
Como no hay paso por el accidente, hoy ha sido un día silente en el Paradero de Camarones. Desorientada, la gente pregunta la hora constantemente. Talín, el esposo de Mercedita, trató de averiguar con mi abuelo qué había pasado. Sin dejar de mirar en dirección a La Flora, Aurelio solo le hizo una mueca de fatalidad.
Talín no insistió. Desde el interior de su casa, se oyó a Mercedita preguntando si ya debía haber pasado el tren de Cienfuegos. “¡Hace rato! —le respondió alguien—. ¡Son casi las doce!”. “Pues hoy se va a almorzar tarde en esta casa —voceó Mercedita—, porque estos frijoles no se ablandan”.
Chena se llevó las manos a la cabeza cuando mi abuelo le dijo que no pasaría el expreso. Eso quería decir que la película que esperaba no llegaría y la que debía devolver no se iría. “Todos los cines van a tener que repetir la cartelera de anoche —dijo alarmado—. Y la que tenemos aquí es un paquete yugoeslavo”.
Un señor que va todos los jueves a Cabeza de Toro a buscar una cantina de leche, le dio una patada al poste del semáforo y dijo que se cagaba en la madre de todos los santos. “Ya pagué esa leche —dijo—. Si no la voy a buscar se corta”. Aurelio solo repitió la misma mueca que le había hecho a Talín.
Durante la tarde la gente siguió igual de desorientada. En casi ninguna casa del Paradero de Camarones hay reloj. Son los trenes los que van marcando el tiempo a lo largo del día. Por eso, cuando se atrasan o dejan de pasar, provocan una gran confusión. Todo se hace antes o después, pero nunca en el momento adecuado.
Ya había oscurecido cuando mi abuelo nos llamó para que viéramos pasar al auxilio mayor. Iba tan despacio que ni siquiera pitó en los cruceros. La vieja locomotora alemana le devolvió al pueblo un sonido que todos esperaban ansioso. Aunque la enorme grúa todavía dice Sagua, ahora duerme en Santa Clara.
En las planchas, sobre ruedas y pedazos de vagones, iban los hombres de la brigada que habían trabajado en el descarrilamiento. Más que un tren, el auxilio mayor parecía un fantasma. Todavía no nos habíamos acostado cuando Aurelio escuchó un timbre. “¡Ya hay paso!”, dijo sobreponiéndose.
Al otro día todos los trenes circularon con normalidad. Nadie en el Paradero de Camarones tuvo necesidad de preguntar la hora.
1 comentario:
Mi abuelo en Cueto madrugaba para viajar, su reloj era el tren Antilla-Santiago de Cuba que pasaba 4 y 30 am, así casi todo el pueblo. cuando llegaba de madrugada a casa. por ese mismo tren se guiaba mi madre para saber la hora de llegada, conozco esa experiencia
Gracias. Haz traído, de nuevo, mi pueblo y sus trenes.
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