Nunca enciendo las luces de la terraza cuando salgo en la madrugada. Me gusta disfrutar de esa oscuridad extrema que tienen estas lomas justo antes de que amanezca. Cuando levanté la cabeza para ver las luces del pueblo a lo lejos, algo se me enredó en la cara.
Eso me ocurre a menudo cuando ando por la cañada o salgo a ver a qué le ladran los perros. Pero jamás me había pasado en la terraza. Aun así, no le di la más mínima importancia y seguí rumbo a la cocina para destapar la lata de Bustelo y hacer que el olor del café se haga cargo de la mañana del martes.
El pequeño incidente de la terraza me recordó una canción de Juan Formell (así de inauditas son las asociaciones que hacemos): “Artesano del espacio,/ arquitecto natural./ Tu objetivo has de lograr/ aunque todo vaya abajo. /Tu razón, tu razón/ es tu trabajo… / Y después a apuntalar”.
Poco después oí que Diana gritó y me llamó para que la ayudara a salir de la “trampa” en la que había caído. Fue entonces que pude apreciar las enormes dimensiones de la tela que habían tejido durante la noche. Abarcaba toda la terraza y, a pesar de haber sido atravesada por dos personas, aún resistía.
Nuestra araña también es una artesana de espacio, como Buenaventura, el carpintero de la Habana Vieja que había hecho 200 barbacoas (construcción de un segundo piso dentro de una habitación) sin que ninguna se le cayera. Sé que tengo que quitarla, pero todavía no he podido.
Mientras tanto, ando por todos lados con los Van Van sonando dentro de mi cabeza: “Dime donde quieres que te ponga/ la barbacoa, mamá./ Dime donde quieres que te ponga/ la barbacoa, mamá…”.
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