Entonces, pasando de canal en canal, caímos en Cubavisión Internacional. Aunque la transmisión era en español, constantemente le tenía que estar traduciendo términos y significados a Diana. Ella se fue de Cuba a los cinco años, le cuesta entender las monsergas de los medios oficiales cubanos.
Como hace ya 20 años que yo también vivo fuera, algunas escaparon a mi comprensión. Todo lo que decían era tan anacrónico, pedestre y ridículo, que empezamos a reírnos. Hasta el parte del tiempo nos resultó gracioso. “¡Esto es una máquina del tiempo —exclamó Diana—, me parece que volví a los años 80”!
Pero luego todo se puso mucho más serio. Las noticias más alentadoras que daban provenían de Venezuela, Rusia o Irán. En el resto del mundo solo había conflictos o crisis insalvables. Un personaje muy desagradable (más de lo habitual) apareció en pantalla para atacar a los jóvenes artistas que se manifestaron frente al Ministerio de Cultura.
Entonces mi mujer me miró horrorizada. “Ya Cuba no existe”, —me dijo antes de cambiar el canal. Como en el próximo no había nada, se quedó viendo por un rato la pantalla sin señal. “¿Cuánto tiempo necesitará ese país para recuperarse de ese trauma? —se preguntó—. Nosotros no lo veremos, Cucho, no lo veremos”.
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