28 febrero 2021

Underwood


(Fragmento de la novela Atlántida)

Cuando Aurelio se sienta a escribir en su Underwood parece un pianista de una orquesta de danzones. Primero acomoda la silla para que la máquina le quede a la distancia exacta. Luego pasa las hojas por el rodillo y, por último, abre sus manos sobre el teclado. Todo lo que se oye después es música. 

La oficina de mi abuelo está separada del salón de espera por una división de listones que llega a la misma altura que la del salón de espera con el cuarto de expreso. A través de la primera se puede ver. La segunda también es de madera, pero machihembrada. De ella cuelgan la pizarra con el itinerario y los avisos.

En las películas del oeste salen muchas estaciones de trenes con oficinas muy parecidas a la de mi abuelo. Todas tienen los mismos muebles y objetos. Incluso los jefes de estación suelen tener algún parecido con Aurelio, sobre todo en los gestos y la manera de hacer las cosas.

La oficina de la estación de Camarones, como las que aparecen en las películas del oeste, tiene la taquilla para expender los boletines, la mesa del telégrafo (aunque ya tiene teléfonos, Aurelio la sigue llamando por su antiguo nombre), un reloj, una caja fuerte, faroles, banderas, arcos y timbres que suenan a todas horas.

Junto a la mesa de los teléfonos, mi abuelo tiene un escritorio donde hace los papeles contables y los documentos de la estación. Ahí tiene su Underwood. Atlántida dice que él trata a su máquina de escribir como si fuera un ser querido. No la dejar tocar por nadie que no sea él… y yo.

Cuando tengo que entregarle una composición al maestro Gustavo, Aurelio me deja hacerla en su Underwood con original y dos copias. Como la letra a se ha desgastado, hay que darle con más fuerza que al resto de las letras. Aunque presume de que ya me deja escribir solo en la máquina, me vigila con el oído.

—Un poco más fuerte, pero no tanto —me dice si escucha que le di demasiado duro a la a.

Siempre que me siento frente a la máquina de escribir, mi abuelo me recuerda que la tengo que cuidar mucho porque “algo como eso ya no se consigue”. Se para detrás de mí y, mientras me la describe, pasa un paño por el rodillo y el teclado. Siento su respiración justo en el remolino que tengo en medio de la cabeza.

—Una Underwood No. 6 de 1937 —dice orgulloso—. Tiene la misma edad que Lérida. Estas son las máquinas que usan los periodistas, los administrativos y los buenos oficinista. Teclado Querty. Mecanismo de golpe frontal con 84 caracteres distribuidos en 4 filas paralelas de teclas. Con una cinta bicolor, se puede escribir en negro, en rojo o en los dos colores. aunque eso solo se notará en el original…

Aurelio dio clases de mecanografía y escribe con todos los dedos de las dos manos. Aunque ha intentado enseñarme, apenas logro escribir con los dos dedos índices. Si trato de usar algún otro, me enredo tanto que un gran número de letras acaban amontonadas sobre el rodillo.

Él siempre insiste, pero estoy convencido de que nunca llegaré a usar todos los dedos de las dos manos. Jamás pareceré el pianista de una orquesta de danzones frente a la Underwood. Aún así, siempre que saco el original y las dos copias siento que he escrito algo importante.

Cada cierto tiempo, Aurelio le hace una limpieza profunda a su Underwood. Busca la latica del aceite de la Singer de Atlántida y una brocha de pelo de caballo que él solo usa para eso. Cuando le da la vuelta y queda todo el interior de la máquina al descubierto, abre los abrazos asombrado.

—Mira, niño, mira, parece el espinazo de una ballena —me dice—. ¡Pueden ustedes llamarme Ismael!  

Con un viejo cepillo de dientes, saca la tinta acumulada dentro de las letras q, r mayúscula, o, p, a, d y b y en los números 4, 6, 8, 9 y 0. Luego vuelve a la a y la vuelve a limpiar con mucho cuidado. En su rostro se puede ver la gran preocupación que tiene con el deterioro de esa letra.

—Recuerda que a la a hay que darle un poco más fuerte, pero no tanto —me dice—. Porque si se le da demasiado duro, llegará el día en que no podremos escribir Atlántida.



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