Mis tíos Ignacio y Cuquito Yero, fumaban y bebían con sus mismos gestos. Muchos años después entendí que la culpa no era de ellos sino de John Ford y de Chena. De Ford, porque creó un ícono que muchos en tantas partes quisieron encarnar. De Chena, porque fue quien llevó aquellas películas a mi pueblo.
El Paradero de Camarones de mi infancia era un polvoriento pueblo por el que pasaban trenes y carretas, donde los hombres conversaban en los callejones, de caballo a caballo, y peleaban una vez que estaban bien borrachos. “Esto es un pueblo del oeste”, oí decir incontables veces.
Por eso a veces, cuando tengo deseos de regresar a aquel Paradero de Camarones, tomo los caminos de John Ford. Como ya me los sé de memoria, espero el momento en que reaparezcan Pipio Pis o Julito Monterito, Ignacio o Cuquito Yero. En cuanto John Wayne se asoma en la pantalla, allí están ellos.
Entonces me veo a mí mismo dentro del polvo, viendo pasar a los trenes y las carretas.
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