19 febrero 2021

Los macheteros millonarios

Foto: © Iván Cañas

(Fragmento de la novela Atlántida)

El tractor lleva dos carretas llenas de hombres cubiertos de tizne. En lo alto, al final de una larga vara, ondea una enorme bandera. Los hombres van sentados en el piso cubierto de paja. Algunos afilan sus mochas y otros, a pesar de los continuos saltos que da la carreta, parecen estar dormidos. 

—¡Ahí van los millonarios! —Dijo mi tío Rao—. ¡Aaaaah jajajá!

Mi abuelo y yo íbamos a la bodega de Chena a comprar el pan y nos cruzamos con Rao, justo en el momento en que pasaba el tractor con las carretas. Rao levantó el brazo y saludó a los macheteros. Al parece se dieron cuenta de que era una burla, porque ninguno le devolvió el saludo.

—¿Qué hubo, Rao? —Dijo Aurelio.

—¿Qué hubo, Hilo? —Así le llaman a mi abuelo sus hermanos.

—¿Tú sabes si ya llegó el pan a la bodega?

—¿Tú crees que esos hombres puedan tumbar ochocientas arrobas de caña en un día?

—¡Jum!

—¡Aaaaah jajajá! 

—Míralos, míralos, míralos —Cuando mi tío Rao quiere hacer énfasis en algo, repite las cosas tres veces.

Hace poco leí en el periódico que las brigadas de Movimiento de Millonarios están integradas por hombres que son capaces de cortar y alzar a mano hasta mil arrobas de caña en una jornada de ocho horas. El record de Cuba lo tiene Reinaldo Castro, un machetero de Calimete, en Matanzas, que estuvo 72 horas cortando caña sin parar y llegó a las tres mil arrobas.

—¡No hay ser humano que pueda cortar eso! —Aseguró Rao— ¡Ni los haitianos de Jaronú!

—¡Jum!

—¡Aaaaah jajajá!

La bandera que ondea en lo alto es roja y tiene un número tres en el centro. Eso significa que la brigada ya alcanzó el tercer millón de arrobas. Al final de la segunda carreta, con los pies colgando hacia afuera, iba el Ruso. Es el único que no lleva sombrero. Insiste en andar con su gorro, como si viniera de la taiga y no de un cañaveral.

—¡Eeey! —le dijo mi abuelo cuando lo reconoció.

—¡Eeey! —respondió el Ruso mientras se alejaba, dando pequeños rebotes contra el suelo cubierto de paja. Llevaba los brazos cruzados y en ningún momento se sujetó, como si no le temiera a salir despedido en uno de los saltos de la carreta.

—¿Tú sabes si ya llegó el pan a la bodega?

—¡No hay ser humano que pueda cortar eso! —Repitió Rao—. Dicen que los haitianos de Jaronú cortaban caña sin parar y nunca, jamás en la vida, ninguno llegó a las ochocientas arrobas.

—¡Jum!

— ¡Aaaaah jajajá!

A lo lejos, la silueta del tractor, las dos carretas y la enorme bandera estaban a punto de perderse de vista. Ya íbamos caminando frente al portal de América, que está justo antes del de la escuela, cuando por fin me decidí a hacerle la pregunta a mi abuelo.

—Papá, ¿es cierto que no hay ser humano que pueda cortar esa cantidad de arrobas de caña?
—¿Habrá llegado el pan a la bodega?

1 comentario:

Francisco dijo...

Camilo yo soy guajiro como tu y de tu zona. Te pregunto si te acuerdas del olor de un campo de caña recién cortado? :)