26 marzo 2019

Serafín Venegas Nodal

Cuando camino por el campo
o doy vueltas en la casa,
no reconozco mis sombras.
Sobre la hierba o en las paredes,
como una mancha
a punto de borrarse,
es a mi padre a quien veo.
Son suyos los gestos
que proyecto,
mi silueta 
ya no se parece
a mí sino a él.
Cada día que pasa
me sigo distanciando
de lo que fui
y me asemejo más
al hombre 
de cincuenta y pico
que tantas veces contradije.
Prefiero sus canciones
a las que trataba 
de sembrarle,
repito sus frases
cada vez que reniego 
de las mías,
reproduzco su tono de voz
cuando el que tengo
me parece insuficiente.
Por más que me esfuerzo,
no logro reconstruir
con todos los detalles
que quisiera
cada cosa 
que me enseñó,
lo que quiso
que no olvidara
por nada del mundo.

No sé hacer nudos
como un marino,
no podría cazar 
un pez
con un arpón.
Nada sé, en esencia,
de la Cuba que él vivió
y a mí me fue negada.
Sobre la hierba o en las paredes,
como una mancha
a punto de borrarse,
mi padre se proyecta
en el lugar
que debe ocupar mi sombra.
Esa es su huella, 
el pago de mi deuda.

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