No es cierto que esta casa
sea nuestra,
ni que todos esos árboles
(que sembramos
para que nos acompañen
en la vejez)
nos pertenezcan.
Al final
no podremos
quedarnos con nada.
Ni la vieja lámpara
de keroseno
que fue de mi abuelo,
ni los santos de palo
que trajiste
de Guatemala,
ni los calderos
que tanto cuidas
para que duren siempre.
Todo es suyo.
Acabará apropiándose
de cosa que hay
a nuestro alrededor.
El día que tú y yo
no estemos,
ella llegará igual
que hoy.
En silencio,
sin que nadie
lo advierta,
se colará
entre las ramas,
por las ventanas
y las puertas.
Aprovechará
cada resquicio
para establecer
su dominio.
Entonces será
ella quien le dé
de beber a las aves
y cierre
en la noche
por si llega
la lluvia de pronto.
Al final
no podremos
quedarnos con nada.
Aunque, eso sí,
vamos a dejarlo todo
en las mejores manos.
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