Cafetería del Ten Cent de Galiano, años 50 del siglo pasado. |
–Todo está mucho mejor —me aseguró el amigo poeta—. La luz ya no se va, hay guaguas nuevas en La Habana y en los mercaditos aparece de todo. Figúrate tú, que repararon la cafetería del Ten Cent. La dejaron igualita a como era antes y han vuelto a vender manzanas acarameladas.
Eso fue a principios de la década pasada. El poeta estaba de visita en República Dominicana, como parte de la delegación del ALBA (la Alianza que por esos días habían suscrito Fidel Castro y Hugo Chávez) a la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo.
De la capital dominicana viajaría a Buenos Aires. Le habían dado una dieta generosa y estaba feliz con la promesa de que le publicarían dos libros que la editorial tenía engavetados hace años. “Yo no me quejo —me aseguró—. Si lo hago sería un mal agradecido”.
Cuando le pregunté por Raúl Rivero, el poeta que en ese momento seguía preso, me cambió la conversación. “Cami, tú sabes que yo no me meto en política”. Nos volvimos a ver en los días previos a la visita de Obama a La Habana. Los ojos le brillaban del entusiasmo y las expectativas.
—Raúl y Obama se van a poner de acuerdo y los americanos van a volver a invertir en Cuba —aseguró—. A ese país no lo va a parar nadie. En unos años seremos otra vez lo que éramos.
Cuando le pregunté qué pasaría con las libertades y los derechos de los cubanos, insistió en que recuperar la economía era lo más importante en ese momento. “Lo que hace falta es que haya comida, luz y transporte —me dijo—. A la mayoría de los cubanos, Cami, la política no le interesa”.
Ayer chateamos. No le gustó un texto que escribí en El Fogonero y, en honor al cariño que nos tenemos (nunca hemos dejado de querernos) me lo hizo saber. Yo le expliqué mis razones, fui mucho más a fondo que en la publicación que compartí en Facebook.
Al final le pregunté si todavía quedaban manzanas acarameladas en la cafetería del Ten Cent. “¡Niño, qué memoria tu tienes!”, fue su única respuesta.
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