04 marzo 2019

La mañana del domingo

De todos los lugares 
que conoces
sigues prefiriendo 
la mañana del domingo.
Nunca saldrías
de esa luz que entra
sin que tengas
que abrirle la puerta.
Por eso la disfrutas
tanto cuando se queda
en el patio
a oír
viejas canciones cubanas.
Es cierto que es breve 
y silenciosa
(como esos pueblos
que pasan 
por la ventanilla del tren
durante la llanura manchega).
Pero cuando la dejas atrás,
te queda un raro vacío
en el estómago.
Sabes que,
vayas donde vayas,
acabarás pasando
por la cuesta 
de la costumbre
y por ese largo camino
que termina los viernes
bien entrada la noche.

Es muy breve 
y silenciosa.
Basta con apagar
las viejas canciones cubanas
para que desaparezca del todo.

2 comentarios:

zenon dijo...

LÍNEA NORTE
Tú y yo, en el viaje que nunca hicimos,
el más real de todos, en el antiguo tren de mi infancia
por la línea norte hasta el paradero en el kilómetro 82,
hacia algo que también quise hacer tuyo a través de mí,
de mis ojos niños, por aquellos días ofreciéndote
esas visiones como la esencia de mi vida.

Sé que te habrían resultado familiares los lugares,
hablados y descritos tantas veces
en las mañanas en que nos conocíamos,
cuando era necesario contar cosas menudas
escondidas en los recodos de uno mismo
para prologar la exploración sucesiva de los cuerpos
adentrándose en la intimidad y el sexo.

El olor a mundo cansado y tierra dura
que retumban bajo el peso de la fila de coches,
paisajes ateridos en el ardor de las sabanas polvorientas,
en el aburrimiento de ser pueblos que existen
sólo cuando pasa un tren con pupilas curiosas
o en el largo ticket con la enumeración de las paradas y los precios
donde hará el alicate del conductor huecos estrellados.

Trenes viejos en un joven país, cadenciosos, impuntuales,
tapizados de óxido, ásperos a las manos,
despidiendo in crescendo la música de la corrosión
en cada empalme de raíles, apartadero de línea, puente sin aguas;
gemidos vanos que las ruedas de hierro muelen contra el carril
ya anclado en un destino.

Viajes simples, con la pureza del vapor, envueltos en el misterio
del Sísifo poderoso que arrastra su carga de pasajera gente
durante unas horas sintiéndose un poco dueña del mundo,
entronizada sobre el horizonte, marchando victoriosa en los ojos
de quienes en el andén saludan con nostalgia
o de aquellos a mitad de camino sorprendidos
por el vagido de la locomotora.

Palabras, señales, nombres, para marcar los hitos en la nada,
recovecos en que también la vida arrojó
bulbos fecundos, y ni distancia, ni sol de punta, ni olvido,
pueden impedir que broten generaciones que partirán
y regresarán con fervor, asombradas.

Palabras, señales, nombres… las caricias tempranas
con que quisimos aferrar algún instante de entre tantos,
ahora vedados a cualquier posibilidad,
ya también convertidos en parcos paraderos del recuerdo
donde resaltan tibias sobre un pasado informe como aquel campocielo
que volaba tras las ventanillas hasta llegar al siguiente andén.

Cuando a mi lado despertabas yo he sentido que pasaba un tren;
cuando ya no despiertas a mi lado
veo ciudades dormidas, ciudades de durmientes,
desarraigadas por la marcha de la hilera de carros torpes,
y luces vigilantes de trecho en trecho como deidades antiguas,
y deseos pastando en la oscuridad,
y otros deseos que parten, deseando haber quedado en custodia
de las cámaras inexpugnables del sueño,
los ojos turbulentos del que sueña.

Cuántas veces te soñé conmigo en el vagón colorado,
en el itinerario parsimonioso en que hallaba contentamiento
aquel niño que me tocó en suerte, la mano afuera
cimbreando en la garganta de viento y follaje
como si buscara tocar una criatura misteriosa del camino
donde se adentraba el tren para arribar al sitio lejano,
al hombre adusto en que le ha tocado ser
guardián de tan pequeñas memorias.

Pasajero solitario hacia un pueblo remoto, voy y vuelvo
colmado de visiones que un día quise compartir contigo, un niño
menos resentido del final interpuesto siempre en el instante justo
en que estaba por descubrir el no-sé-qué
presto a volar para regalar su forma asustada
al estrepitoso paso del ferrocarril,

y como entonces, aún agazapado, escurridizo,
postergado para un próximo viaje, hasta el futuro encuentro,
ave fabulosa en la verja tupida del edén,
que se escapa y otra vez nos devuelve
(oh, distensión agónica)
al equívoco de continuar vivos y separados,
como dos rieles infinitos y paralelos
por donde cruzaba, puntual,
el tren del amor.

zenon dijo...

Saludos Camilo. Me ha sorprendido muy gratamente ver este blog, veo en el casi cumplido un sueño, o una fantasia. También mi infancia cabalga en trenes y paraderos. Me debo a mi mismo un libro de poemas ilustrado con las fotos de esos remotos sitios que me descubría el tren cuando iba a pasar mis vacaciones en Jaronu. Te podría enviar algunas fotos de ese ingenio, y de su paradero, y de la linea norte? Así mismo algunas poemas, ya envejecidos y que nunca han logrado ver la luz. Un abrazo y gracias por estos testimonios.