21 marzo 2019

Nunca supieron el peligro que corrían

Mi abuelo Aurelio Yero fue el jefe de estación del Paradero de Camarones hasta marzo de 1974. Tenía 66 años cuando se jubiló. De no haber sido por aquel tren cargado con posturas de naranjas para el Plan Cítrico de Cumanayagua, podía haber trabajado algunos años más.
—Yero, yo le aseguro que nosotros llegamos antes que el tren de viajeros —le dijo el conductor desde la ventana de la oficina—. Márquenos el cruce en San Fernando.
—No —insistió mi abuelo— el cruce es en Malezas. 
—Mire todo el tiempo que tenemos para llegar a San Fernando —dijo el conductor señalando el enorme reloj de pared.
—No —repitió mi abuelo— el cruce es en Malezas. 
Terminó de redactar la vía, se la entregó a la tripulación y les dio la salida. Desde su mesa, oyó a la locomotora resoplar en la boca del ramal. Mientras se levantaba para asegurarse de que la principal ya estaba libre, clavó la copia de la Orden de Vía en un gancho que tenía justo en frente.
En lugar de salir al andén, se desplomó sobre el asiento con las manos en la cabeza. Siempre se refirió a esos segundos como los más largos de su vida. El tren de viajeros ya había salido de Cumanayagua y la estación de San Fernando estaba incomunicada por una avería.
El Curro, el viejo chuchero de Malezas, estaba casi sordo. Rara vez escuchaba el timbre del teléfono. Ese día, sin embargo, respondió al segundo timbrazo. 
—Qué hubo, Yero —se le oyó decir en medio de todos los ruidos de la línea.
—¡Cambia el chucho, Curro, cambia el chucho!
—¿Qué?
—¡Que cambies el cucho!
—¿Quéee?
—¡Cambiaaa el chuchooo!
—Aaahhh… —dijo cuando por fin entendió—. ¡All righ!
Los viajeros que miraban al apacible caserío por las ventanillas, nunca supieron el peligro que corrían. Solo vieron a un tren cargado de posturas de naranjas desviarse a toda velocidad hacia el chucho de caña. Esa misma semana mi abuelo mandó a buscar a todos sus hijos y los sentó frente a él.
—Me voy a jubilar —dijo mientras bajaba la cabeza.
—Papá, tú todavía estás joven —le dijo mi tío Aldo—. El ferrocarril es tu vida.
—Me voy a jubilar —dijo sin subir la cabeza.
—Papá, tú todavía estás joven —repitieron Cary, Titita y Lérida a la vez.
—Tuve un conato de choque.
Por la insistencia del conductor del tren cargado con posturas de naranjas, se confundió y puso en la vía que el cruce era en San Fernando. Aunque nadie reportó el incidente, no se volvió a sentar en la mesa. Hasta que murió, en 1987, siguió dando vías imaginarias desde el andén a todos los trenes que pasaban. Pero nunca más escribió una.

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