El Príncipe Carlos de Inglaterra y su esposa Camila, duquesa de Cornualles, atravesaron El Vedado en un viejo descapotable. Si se mira a grandes rasgos, la escena es tan ridícula que produce risa. Parece una de aquellas crónicas que René Méndez Capote, la cubanita que nació con el siglo, bordaba con inigualable sarcasmo.
Cuando se repara en los detalles, sin embargo, se descubre la impostura. Un cordón de agentes disfrazados de paisanos media entre la nobleza británica y la chusma habanera. En el escudo policial, se distinguen con facilidad los agentes del Reino Unido de los cubanos. Renée se hubiera dado gusto destacando las diferencias.
A Carlos y Camila les costó trabajo salir del auténtico Morris Garages (los MG actuales se fabrican en China). La edad les pesa, el entorno los desencaja. Todo parece de utilería, incluso la ropa que llevan puesta. Así llegaron a 17 y 6, ese parque hueco (está lleno de túneles para “resistir al enemigo”) donde se exhibe una estatua de John Lennon.
Para la ocasión, al autor de “Imagine” le pusieron las gafas (si no se las quitaron en cuanto se acabó el acto, ya se las deben haber robado). A través de ellas, mira a los dos personajes que se le han sentado al lado. Parece un sketch de San Nicolás del Peladero. ¿O es que La Habana ya es un pueblo de Carballido Rey?
“Desde que se quemó El Encanto, La Habana parece una ciudad de provincia —dice Sergio, el personaje de Memorias del subdesarrollo, mientras camina por una realidad donde ya no encuentra sitio—. Pensar que antes la llamaban el París del Caribe. Al menos así le decían los turistas y las putas. Ahora más bien parece una Tegucigalpa del Caribe”.
La escena es tan ridícula que produce risa, hasta que se descubre a los habaneros al fondo, mirando a través del cordón policial. San Nicolás del Peladero. Una ciudad de provincia. La Tegucigalpa del Caribe. Una escenografía de cartón para el príncipe de Inglaterra, la duquesa de Cornualles, los turistas y las putas.
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