Ayer Diana Sarlabous y yo volvimos al aeropuerto de Las Américas. Cuando llegamos al portal del VIP Lounge, la pasarela de acceso de la puerta A6 nos quedó justo enfrente. Allí vimos semanas atrás a una aeronave azul y blanca cuyo deplorable estado llamaba la atención de todos.
Primero supimos que aquel Boeing 737-200 cubría un vuelo regular de Cubana de Aviación. El día del accidente en Rancho Boyeros, nos enteramos que era propiedad de Global Air, una cuestionada compañía mexicana. Ayer comprobamos que se trataba justamente del XA-UHZ.
—El avión que se cayó en Cuba vino muchísimas veces a Santo Domingo —nos aseguró un empleado del aeropuerto—. A ninguno de nosotros nos tomó por sorpresa lo que ocurrió. Ese aparato ya no daba más... era una cuestión de tiempo.
Los Boeing 737-200 son aeronaves obsoletas que necesitan mucho mantenimiento, consumen demasiado combustible y generan una gran contaminación. Es por eso que la mayoría de los que aún operan han sido relegados al transporte de carga o a misiones militares. Cubana de Aviación no tomó en cuenta nada de eso a la hora de rentarlo.
El transporte de personas en vehículos de carga es una práctica común en Cuba. La inmensa mayoría de los coches que llevan los trenes de pasajeros, son casillas de mercancías con asientos y (a veces) ventanillas. Los célebres camellos eran remolques adaptados.
En los cada vez más frecuentes accidentes que ocurren en las carreteras de la Isla, casi siempre hay involucrados camiones de carga llenos de personas. La seguridad en el transporte no es una prioridad para la dictadura, tan ocupada como está en controlar y reprimir.
Es por eso que me apena y me entristece que algunos compatriotas confundieran las críticas a la inoperancia del régimen con odio político. En los países libres, cuando ocurre una tragedia así, una de las primeras reacciones de los ciudadanos es exigir responsabilidades.
Llama poderosamente la atención que, a pesar de que el avión cayó a solo metros del aeropuerto, en una zona descubierta y de fácil acceso, aún no aparezca la caja negra que contiene los datos técnicos y —sobre todo— las respuestas a todas las interrogantes sobre la tragedia.
No es odio, es obvio. Lo verdaderamente odioso es que el bienestar, la esperanza y la vida de los cubanos valga cada vez menos para una dictadura que, 59 años después de instaurada, solo prodiga miseria y oprobio.
No es odio, es obvio. Lo verdaderamente odioso es que el bienestar, la esperanza y la vida de los cubanos valga cada vez menos para una dictadura que, 59 años después de instaurada, solo prodiga miseria y oprobio.
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