Hace unas semanas Diana Sarlabous y yo volamos a Miami desde el aeropuerto de Santo Domingo. Justo al lado de nuestro avión, había una aeronave destartalada que llamaba la atención de todos. El aparato era antiquísimo y se apreciaba a simple vista que estaba en pésimo estado.
—¡Qué Dios acompañe a los que tengan que viajar ahí! —exclamó una señora persignándose.
—¿Y de dónde es esa vaina?—, preguntó alguien.
—Creo que es de Cubana—, respondió otro.
Diana y yo nos miramos y bajamos la cabeza, preferimos no hacer ningún comentario. En nuestro vuelo tuvimos que sortear una tormenta. Aterrizamos en Miami después de tres intentos. Ya en tierra, el capitán pidió excusas. “Solo intentaba hacerlo de la manera más segura”, dijo.
Cuando supimos que un vuelo de Cubana se había desplomado unos segundos después de despegar en el aeropuerto de Rancho Boyeros, Diana y yo recordamos al avión que vimos en Las Américas. Con las primeras imágenes comprobamos que tenía la misma pintura. Es muy probable que fuera el mismo aparato.
El sábado leí esta reacción de Luis Alberto García en su muro de Facebook:
No esperan los resultados de las cajas negras del avión, no escuchan que la nave no era cubana, que la tripulación era mexicana. Que era un aparato rentado. No quieren oír. No les sale de su culo oír.
“El desgobierno cubano es el culpable del accidente”, dicen.
¿Si se cae un avión americano, es culpa del desgobierno americano?
¿Si cae uno de Francia, es la cúpula tiránica gala la culpable?
¡Vayan al médico!
Otro querido amigo, pedía que no mezclaran la política con el dolor. Ni una cosa ni la otra. Creo que, en el momento en que se supo de la tragedia, el peor de los cubanos debió sentir exactamente la misma angustia que el mejor de todos nosotros (y dejo a cada quien la libertad para elegirlos).
Si Luisito accediera a los medios libres de Cuba, hubiera estado al tanto de la serie de reportajes que se han publicado en las últimas semanas sobre el caos en Cubana. Todos llaman la atención sobre el depauperado estado de los aviones que prestan servicios y la enorme corrupción que desangra a la compañía.
Llegados a este punto, es importante recordarle algo a mi amigo actor: El “desgobierno americano” y la “cúpula tiránica gala” no operan aviones civiles, solo se aseguran de que las empresas privadas que lo hagan cumplan con las más estrictas medidas de seguridad. Cubana, en cambio, es una aerolínea estatal.
De manera que, aun cuando el aparato y la tripulación fueran mexicanos, es el dueño de la aerolínea, es decir, el Estado cubano, el mayor responsable de la tragedia. Como lo es también de todas y cada una de las calamidades de la vida económica y social de Cuba.
Desde el viernes, en el corazón de todos los cubanos hay una bandera a media asta. Muchos, también estamos indignados y tenemos razones de sobra para estarlo. Cuba tiene las alas rotas, metafórica y literalmente, y el responsable de eso debería pagar por ello.
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