Hace nueve horas recibí un mensaje de Odette Alonso: “Camilo,
murió Lichi hace unos minutos”. Ella no decía nada más y yo no me atreví a
responderle. En realidad no atiné a decir ni hacer nada. Me puse tan triste,
que ni siquiera tuve deseos de buscar otras reacciones en Facebook y Twitter.
Cuando empecé a cerrar todas las ventanas, vi que Carlos
Pintado acababa de subir una línea: “Triste, muy triste...”. Suficiente. Me
marché de las redes sociales. Busqué en el librero que tengo justo a mi lado,
el tramo que ocupan todos los libros de Eliseo Alberto. Empecé a recordar los
momentos que compartimos. Me serví un trago de ron y puse a Miguelito Cuní.
La última vez que nos abrazamos, yo le di una mala noticia
sin querer. Habíamos quedado en vernos en el lobby del hotel donde se hospedaba
en Santo Domingo. Cuando nos encontramos, bajé la cabeza para comentarle un cable
que acababa de leer en la redacción de El
Caribe y que daba por sentado que él conocía.
—Coño, Lichi, qué pena lo de Jesús, ¿no? —le dije.
—¿Qué Jesús? ¿Jesús Díaz? ¿Qué le pasó a Jesús? —nunca
olvidaré sus ojos desorbitados, su enorme desconsuelo.
Se lanzó en un butacón a llorar. Parecía un elefante derribado
por un cazador. Un alemán, con una pinta indiscutible de alemán, se detuvo
frente a él para tratar de ayudar en algo.
—¡Cojones, compadre, es que Cuba ha perdido a uno de los tipos
más cubanos que ha nacido en esa singá isla! —dijo Lichi manoteando, como si
tratara de que el turista entendiera en sus gestos lo que no podía acertar en
las palabras.
Hoy he pensado incontables veces en aquella escena. Y en
nuestros largas conversaciones a través de chat. Las conservo todas. La mayoría
están plagadas de largas carcajadas mías. Lichi no paraba de hacer chistes y se
burlaba de todo, hasta de su propia muerte. Un día saltó la ventana de chat y
era él.
“Camilo, te debo lo de la estación de trenes de Arroyo... No
se me ha olvidado”, me dijo. Entonces yo le comenté que lamentaba mucho un
escrito reciente, donde Paquito D’Rivera lo había atacado. Ambos hicimos
comentarios elogiosos sobre el genial músico cubano y Lichi escribió una línea
que copio textual: “Jajaja… ya que él escribe sin pudor, le voy a mandar pa llá
un disco mío tocando el clarinete, ¡para que aprenda, jajajaja!…”
Siempre nos despedíamos varias veces antes de acabar el chat
de verdad. La última vez que hablamos, estaba un poco triste, pero aún así tuvo
fuerzas para burlarse de todo una vez más: “Es duro que la vida de uno dependa
de un... motociclista, jaja: son los principales donadores de órganos. ¡Para
contra, todos, todos, llevan cascos...!”.
Se despidió así: “Bueno, me has hecho reír mucho... Voy pa
la cocina: chicharos, arroz con maíz, milanesas de puerco, ensalada, cerveza
helada, cascos de guayaba y cafecitos... Nada, tareas propias de mi sexo, jaja”.
Esa fue la última línea que me escribió.
No, no voy a responderle el
mensaje a Odette. Quiero seguir esperando por Lichi. Yo sé que él tarde o
temprano me va a mandar el texto de la estación de Arroyo Naranjo para que la
suba a El Fogonero.
7 comentarios:
Una de las últimas veces que nos vimos me contó el chiste del sapo ante el cual llega una jovencita dispuesta a darle un beso para ver si se convierte en príncipe. Y el batracio le responde: Ná, ése es mi primo, conmigo no hay besito que valga, a mí hay que mamármela...
¡Así ES Lichi!
Ay, chico.
¿Cuando pasa el tren, carajo? Pa Villa Bertha todos ¡Ya!
Vámonos, qué cará...!!
Muy sentido esto que escribes y muy triste por lo joven y las esperanzas de que todo saliera bien, es una gran pena, mi abrazo compay.
JC Recio
Gracias, muchas gracias...
genial este blog, lo acabo de descubrir, simplemente genial
desde miami
saludos
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