03 noviembre 2021

Mary


(Fragmento de la novela Atlántida)

Es flaca, muy blanca, tiene los senos grandes y también fuma. Su pelo largo ondea a la más mínima brisa. Será nuestra maestra de sexto grado. Vive en Cruces y tiene una letra lindísima. Cuando termina de escribir en la pizarra, se queda con la tiza entre los dedos, como si fuera un cigarrillo. 

El Chiqui dice que es más linda que Basilia. Como no nos poníamos de acuerdo, le preguntamos a los otros varones del aula. Una mitad coincidió con el Chiqui y la otra mitad conmigo. El voto de Yayo Pis representaba el desempate. Pero él dijo que le gustaban las dos y que no quería elegir. Eso nos llevó a el Chiqui y a mí de regreso a nuestra discusión.

Gustavo el maestro no pasaba lista. Como nos conocía a todos, con solo levantar la vista sabía si alguien había faltado. Mary nos llama por los apellidos. El Chiqui ahora es Aguiar; Marita, De la Rosa; el Negro, Gómez; Hilda María, Capote y Diego, Fleites. El primer día, cuando oí Venegas, no me daba cuenta que era yo.

—Camilo Venegas —dijo Mary después de repetir tres veces mi apellido.

—Muchacho, despierta —me dijo Yayo después de darme un manotazo en la cabeza.

—¡Ah, presente, maestra!

Entonces ella se rio. Debo reconocer que su risa es muy linda. Sobre todo porque al final, antes de volverse a poner seria, se muerde los labios. “¿Tú viste eso?”, me dijo el Chiqui después de darle una patada a mi pupitre. Las hembras se han empezado a molestar con nosotros, porque dicen que parecemos unos bobos mirándola.

Tiene las uñas largas y antes de empezar a hablar, se rasca el pecho, justo donde empiezan los senos. “¿Tú viste eso?”, dijo el Chiqui después de volver a patear mi pupitre. Cuando nos dijo que estudiaríamos las plantas monocotiledóneas, a muchos les causó gracia un nombre tan largo.

Nos dijo que repitiéramos con ella, mientras caminaba por el aula y el aire que entraba por las ventanas hacía ondear su pelo. “Mono-coti-ledó-neas”, repetimos dividiéndo en sílabas la palabra. “¡Monocotiledóneas!”, repetimos de corrido. Nos aplaudimos a nosotros mismos. 

Ella se rio, se mordió los labios y se rascó el pecho. “Tú viste eso?”, gritó el Chiqui mientras seguía pateando mi pupitre. Nos puso varios ejemplos de monocotiledóneas: las flores de las orquídeas, el grano de maíz, las hojas de la caña de azúcar, el tallo del cocotero. 

Las hojas de las monocotiledóneas son paralelinérveas, porque sus nervaduras son paralelas entre sí, como las de la mata de plátanos. El maestro Gustavo está igual que nosotros. Entró al aula a llevarle unos libros a la maestra nueva y, estaba tan distraído, que los puso en el borde de la mesa y todos se cayeron. 

Al agacharse a recogerlos, se dio un golpe en la frente con el borde de la mesa. Mary le pasó la mano por el chichón y le sopló. “¡Ooohhh!”, dijeron muchos a coro. Al irse, al maestro Gustavo se le enredaron los pies y estuvo a punto de caerse. “¡Aaahhh!, repitió el coro antes de que las risas y la algarabía nos hicieran merecer el primer regaño de Mary. 

Se puso muy seria, se apoyó con los dos brazos en la mesa y se inclinó hacia delante. “¡¿Tú viste eso?!”, gritó el Chiqui justo en el momento en que todos hacíamos silencio. Mary pasó su dedo índice por la lista, de abajo hacia arriba. “¿Aguiar, no?”, preguntó aún más seria. “Sí, ma, ma, maestra”, tartamudeó el Chiqui. 

Me aprendí de memoria todo sobre las monocotiledóneas, que son las plantas angiospermas de hojas con nervios longitudinales, sin crecimiento secundario en grosor, con raíces adventicias, flores dispuestas en grupos de tres y cuyo embrión tiene un solo cotiledón.

El único problema es que siempre me hacían recordar el primer día de clases con Mary. Aquella tarde, cuando salíamos de la escuela, estaba fumando en el portal. El Chiqui y yo nos quedamos mirándola. Su pelo ondeaba y su cara, cuando se despejaba del humo, en verdad era más linda que la de Basilia.

Ella se dio cuenta de que la estábamos mirando y se puso muy seria. “¡Monocotiledóneas!”, gritamos el Chiqui y yo y salimos corriendo.

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