En la matiné del domingo pasaron El hombre anfibio. Para salvarlo de una mortal enfermedad, su padre le hizo una operación quirúrgica. Ya no respiraba por la nariz sino por unas branquias, como las biajacas de la cañada o los guppies y los colisables que tengo en uno de los tanques del agua de lluvia.
Los tanques del agua de lluvia son dos enormes tubos de concreto que sobraron cuando reconstruyeron la alcantarilla de la línea principal. Aurelio los trajo con una yunta de bueyes y los puso al lado de la escalera del patio, justo donde cae el chorro de la canal que recoge gran parte del agua que se acumula en el techo.
Muchas veces le he pedido a mis abuelos que me dejen bañar ahí. Pero siempre me han respondido que no, porque con esa agua se ablandan los frijoles y se lavan las prendas de vestir más delicadas. Aun así, Atlántida no puso objeción a que yo echara los guppies y los colisables que Lérida me trajo de Cienfuegos.
Cuando Gutierre, la protagonista de la película, se lanzó al mar para evitar que el malo la besara, es atacada por un tiburón. Entonces Ictiandro, que así se llama el hombre anfibio, enfrentó al escualo cuchillo en mano. Después de matarlo, nadó hasta el fondo para rescatar a Gutierre y dejarla a salvo en un bote.
Muchos aplaudimos, pero el Venao y Carlos el de Pascualita dijeron que eso era un paquete. Salimos eufóricos al portal del cine. Allí mismo hicieron una competencia para ver quién podía contener la respiración por más tiempo. Ganó Diego, el hijo de Silvia Santillana, aunque por poco se desmaya.
—Estos muchachos son bobos —dijo Dulce, la hermana de María Isabel, que es mayor que nosotros, tiene pecas y cada vez está más linda.
—Tú no hagas esa bobería —me dijo Chena, amenazante, y tuve que hacerle caso.
Volví a la casa frustrado, porque había perdido la oportunidad de demostrar que Serafín me enseñó a nadar por debajo del agua y que soy capaz de aguantar la respiración por muchísimo tiempo.
Al llegar a la casa, encontré que Atlántida estaba en casa de Mercedita y Aurelio andaba haciendo cosas en el potrero. Era el momento. Me quité la ropa y me metí en calzoncillos en el tanque del agua de lluvia. Cuando abrí los ojos, guppies, colisables, renacuajos y gusarapos nadaban a mi alrededor.
Primero me imaginé que Dulce era Gutierre. Pero enseguida se convirtió en Basilia, mientras el malo era el hombre del Yugulí rojo. El más grande de los colisables era el tiburón. Lo perseguí un largo rato, hasta que las hojas que hay en el fondo del tanque se revolvieron y el agua se puso turbia.
Logré secarme a tiempo. Mis abuelos nunca supieron de mi incursión en las profundidades del tanque de agua de lluvia. Aunque al otro día amanecí con mucho dolor de garganta y 39º de fiebre. Como Ictiandro al final de la película, estuve muy enfermo. Esa semana solo puede ir dos días a la escuela.
—¿Dónde habrás cogido este catarro tan malo? —se preguntaba Atlántida cada vez que me quitaba el termómetro— ¡Sigues volado en fiebre!
Como tenía mucho frío, metía hasta la cabeza dentro de la colcha. Entonces me imaginaba que estaba otra vez debajo del agua y que nadaba, con Basilia tomada de la mano, sin que ninguno de los dos tuviera que salir a respirar. Siempre acababa tosiendo muchísimo.
Respirar fuera del agua me costaba cada vez más trabajo. Cuando iba al baño o caminaba hasta la mesa del comedor para tomarme la sopa, acababa muy fatigado. A lo mejor un par de branquias era la solución al grave problema en el que me había metido.
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