20 septiembre 2021

Olor a nuevo


Descubrí el olor a nuevo en 1975, a mis 8 años. Hasta ese momento, la inmensa mayoría de las cosas que me rodeaban eran viejas y pertenecían a eso que los mayores llamaban el “tiempo de antes”. La estación de ferrocarril donde vivía con mis abuelos era de 1914. De hecho, tenía la misma edad que mi abuela Atlántida.
El televisor, la batidora, el radio, la cocina de gas… Todo en casa ya estaba ahí cuando nací. Aunque en la tienda del pueblo cada cierto tiempo vendían cosas nuevas, el olor de aquel caserón tan antiguo acababa contagiándolas. En el momento en que Blanca Llerena las tomaba del anaquel y nos la alcanzaba, ya parecía de uso.
Aquel año, debido a la reconstucción de la Línea Central, los trenes de La Habana a Santiago habían sido desviados por la Línea Sur. Eso hizo que por primera y única vez, la estación del Paradero de Camarones se mantuviera abierta las 24 horas de los siete días de la semana. Hugo Lois era uno de los operadores que se turnaban.
—¡Camilito! ¡Camilito! ¡Camilito! –me llamó una tarde por la puerta que daba de la estación a mi casa— ¡Ven para que veas una locomotora nueva!
Salí corriendo para el andén justo en el momento en que llegaba. Era color vino y relucía. Oyendo la conversación entre Hugo y la tripulación del tren, supe que acababan de llegar de Canadá, que eran 50 y que corrían muchísimo. El maquinista, al ver mi cara de asombro, me preguntó si quería subir a verla por dentro.
Nunca, ni antes ni después, un artefacto me ha deslumbrado tanto. Ni siquiera la primera vez que me subí a un barco o a un avión. Después de haber permanecido 8 años en el pasado, aquel súbito viaje al futuro acabó mareándome. Eran tantos los relojes, las luces y los botones, que la vista se me nubló. Solo retuve el olor.
Hace unos días, Diana cambió su viejo Alfa Romeo por un Jeep. Cuando nos encerramos en él y salimos en dirección a casa, lo reconocí de inmediato. Es falso que un aromatizante pueda imitarlo. Nada sustituye ese aroma de las cosas acabadas de estrenar. Ahí estaba, 46 años después, el olor que encontré en aquella locomotora.
Todo era viejo a mi alrededor hasta que llegó ella. Era color vino y relucía.

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