Key siempre se lanzaba al andén antes de que el tren se detuviera. Todavía en el aire, hacía sonar su enorme silbato plateado. “¡Camaroneeeees!”, gritaba. Luego tomaba su gorra de plato por la visera y la levantaba apenas unos centímetros. “¡Yerooooo!”, decía ya junto a mi abuelo.
Durante años fue el guardafrenos de una de las tripulaciones del tren de Cienfuegos a Santa Clara. Alternaba con Pablo Ortiz, el Caballero del Carril. Eran polos opuestos. Ortiz, aunque era muy gentil, jamás se reía. Key, en cambio, mantenía una sonrisa en la cara durante todo el recorrido de los trenes.
Hace unos meses lo ascendieron a guardafrenos del Fiat de Cienfuegos a Ciego de Ávila. Aunque el coche motor pasa envuelto en una nube de polvo y jamás se detiene, Key sacaba la cabeza por una de las puertas para saludar a mi abuelo: “¡Yerooooo!”, grita mientras un haz de luz se refleja en su enorme silbato.
Hoy en la tarde fue la última vez que Key nos saludó. Según Aurelio, no logrará salir de la cárcel. “Se morirá de tristeza antes de cumplir la condena”, asegura. Él y Atlántida han estado murmurando desde que supieron lo que había pasado, pero lo hacen en ese raro idioma que tienen para tratar de que yo no los entienda.
Aun así, he logrado descifrar algunas cosas. Ocurrió un accidente terrible y, al parecer, la tripulación de Cienfuegos tiene la culpa. El tren que vimos pasar a toda velocidad y envuelto en una nube de polvo, acabó chocando cerca de Taguasco. “Se olvidaron de un cruce con otro tren de viajeros”, comentó Aurelio.
Atlántida lo miró con una terrible cara de pregunta. Quería saber si había muertos. Aurelio le respondió con una cara aún más dramática. Mi abuela insistió con su expresión. Quería confirmar que mi abuelo había entendido. Él dijo que sí con la cabeza y enterró su barbilla en el pecho.
—Iban muchos niños —susurró mi abuelo. Atlántida levantó los brazos y mencionó a Dios.
Esa noche no oyeron el programa de la orquesta Aragón. Se sentaron en silencio y estuvieron meciéndose hasta que nos fuimos a dormir. Como no había sonidos en toda la casa, cada vez que matábamos un mosquito sonaba como una detonación. Días después, Aurelio contó la historia completa.
Habló como si se tratara de algo que había ocurrido mucho tiempo atrás. Pero desde el primer momento supe a qué se refería. Para tratar de despistarme, le preguntó a mi abuela si recordaba un accidente que ocurrió hace mucho tiempo cerca de Zaza del Medio.
Ella le pidió que se lo contara otra vez, porque había olvidado los detalles. Entonces él le dijo que el tren de Cienfuegos tenía un cruce con el 4014, el coche motor de Tunas de Zaza a Jatibonico, en un apartadero en medio de la nada. “Iban volando, tratando de recuperar un pequeño retraso”, agregó.
El maquinista y el conductor olvidaron el cruce por completo. “¡No lo puedo creer!”, exclamó Atlántida interrumpiéndolo. “¡Y estamos hablando de dos estrellas!”, repitió varias veces Aurelio. Cuando un ferroviario es muy bueno, él suele decir que es una estrella.
“Dicen que el risueño sí estaba pendiente del cruce” —dijo finalmente. Con seguridad se refería a Key—. Iba caminando por el pasillo del coche en dirección a la cabina para recordárselo al maquinista, pero que una señora lo entretuvo preguntándole si él tren la podía dejar en Falcón”.
“Dicen que miró por la ventanilla y, al ver que el maquinista no estaba reduciendo la velocidad, salió corriendo y ahí mismo…”, Aurelio no terminó la frase. Después de un largo silencio dijo que habían muerto 21 personas, entre ellos Oscar Portales, el maquinista del 4014.
“¿Recuerdas a los hermanos Portales?”, preguntó y bajó la cabeza. Entonces Atlántida cometió un error. Después de asentir con la cabeza, levantar los brazos y mencionar a Dios, dijo “¡Pobre Key!”. Era mi única oportunidad para saber lo que había ocurrido y no la desaproveché.
Mi abuela le abrió los ojos a mi abuelo pidiéndole ayuda. Él levantó las cejas y los hombros. Entonces ella se dio por vencida. Me lo contaron todo. El tren de Jatibonico a Tunas de Zaza venía lleno de niños que habían ido con sus padres a comprar los juguetes en la tienda del pueblo.
Los dos trenes acabaron hechos un amasijo y, por casi cien metros, la línea estaba llena de cuerpos y juguetes destrozados. Aurelio se sabe de memoria las fechas en las que han ocurrido los grandes accidentes ferroviarios. Eso quiere decir que nunca más se olvidará del 10 de julio de 1978.
Después de estar muy triste por un largo rato, empezó a reírse mientras contaba historias de los hermanos Portales: “Una vez, Juan, el que está vivo, iba de maquinista en el tren del Auxilio Menor y la locomotora, una alemana, se había calentado tanto que se quitó la ropa y siguió manejando desnudo”.
Las carcajadas de Aurelio no lograron que Atlántida perdiera su cara de tristeza. “Aldo me contó que Juan venía de maquinista en el viajero de Rancho Veloz y se enteró al cruzarse con el de Sagua —dijo de regreso al tema—. Se volvió como loco, pero no dejó que lo relevaran. Trajo su tren hasta Santa Clara… ¡Una estrella!”.
Entonces caí en cuenta de que nunca más vería a Key. Aquella escena que se repitió incontables veces durante tantos años ya no tenía la más mínima posibilidad de volver a ocurrir. Siempre se lanzaba al andén antes de que el tren se detuviera. Todavía en el aire, hacía sonar su enorme silbato plateado.
Me imagino que su sonrisa se acabó en ese momento. Justo cuando miró por la ventanilla y advirtió que el maquinista no estaba reduciendo la velocidad.
*El accidente al que se hace referencia en este fragmento de Atlántida es un hecho real que ocurrió en la misma fecha que se señala. Gracias a Juan Carlos Portales, sobrino de Oscar e hijo de Juan, y a Esteban Darias Domínguez pude reconstruir los hechos con la mayor precisión posible y recuperar los nombres de los ferroviarios implicados.
La tripulación del tren de Cienfuegos eran Emilio Águila (maquinista), Nilo Álvarez Verdecia (conductor) y Primitivo Luis Key (auxiliar de conductor). La tripulación del coche motor de Tunas de Zaza, Oscar Portales (maquinista) y Manolo Puig (conductor).
Manolo, que logró sobrevivir, contaba que Oscar, después de alertar a todos del inminente choque, se paró en medio del coche motor a esperar el impacto. Los tripulantes del tren de Cienfuegos, desde la cárcel, le enviaron una carta a la familia Portales, pidiéndoles perdón por todo el dolor causado.
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