22 septiembre 2021

El primer aguacero de mayo


(Fragmento de la novela Atlántida)

La sequía ha sido larga. En el callejón de La Flora, nadie se atreve a dejar abiertas las puertas y las ventanas que dan al frente. Constantemente se forman remolinos de polvo que dejan a la gente que parecen fantasmas, con las caras y el pelo totalmente blancos.
Cuba se haya situada muy cerca al Trópico de Cáncer, entre los 20º y los 23º de latitud norte. “Aunque estamos en la misma franja del Planeta que atraviesa el Sahara y Arabia, las regiones más desérticas del mundo —nos explicó el maestro Gustavo—, vivimos en una isla de una fertilidad extraordinaria”.
Ese día también nos explicó la influencia de los vientos alisios y cómo son interrumpidos por corrientes inferiores y por sistemas circulatorios locales que dan lugar a las brisas desde el mar, por el día, y los terrales, durante toda la noche. Esos mismos vientos influyen sobre las lluvias.
Según Aurelio, cuando el cielo se nubla al sur del pueblo, sobre la granja Panamá o la Vía Estrecha, el aguacero acaba cayendo en Hormiguero. Para que caiga sobre nosotros, debe de estar nublado del lado de Cruces, en la loma de la Rioja o en la represa de Ciprián Pis.
En las últimas semanas se ha estado nublando, pero siempre del lado equivocado. Los trenes que vuelven del puerto de Cienfuegos en la tarde, pasan empapados y levantando todo el polvo eque se ha ido acumulando en el suelo del pueblo. “¡Llévatelo, viento de agua!”, gritan los viejos frustrados.
Hoy todo parece haber cambiado de repente. El cielo en dirección a Cruces se ha puesto negro y un círculo de auras tiñosas nos avisa que esta tarde sí puede llover. “¿Crees que caiga?”, se preguntan unos a otros en el bar, la tienda y el Liceo, Todos consultan a los más viejos, que concuerdan en decir que sí con la cabeza.
La distribución mensual de las precipitaciones en Cuba está dividida en dos estaciones: la seca y la de lluvia. La época de seca se extiende desde noviembre hasta abril. La de lluvias, de mayo a octubre. El mes más seco del año es diciembre y el menos lluvioso, agosto. Las Villas es la provincia donde más llueve.
Este año, sin embargo, la seca fue más larga que nunca. Muchos pozos se han secado y las vacas apenas dan leche. Mi tío Rao Yero culpa de todo al gobierno. “¡A esta gente ni les llueve!”, dice a cada rato, mientras trata de enderezarse para alcanzar a ver el cielo.
—¿Crees que caiga? —Le preguntó Felo López a mi abuelo.
—Vamos a ver —respondió Aurelio escéptico.
—Ay, dios mío, con la falta que hace —dijo Atlántida desde la cocina.
Aproveché ese momento para mencionar algo que la pone de muy mal humor. Como padezco de la garganta y me dan unas fiebres muy altas, a ella no le guste que me moje con agua de lluvia. Muchísimo menos que me bañe en los aguaceros. Aurelio y Felo me apoyaron. “¡Sería el primero de mayo!”, le dijeron.
—¡Si no truena! —aceptó a regañadientes.
Un enorme estruendo siguió a sus palabras y estremeció a todo el pueblo. “¡Je, míralo ahí!”, dijo Atlántida aliviada. Pero fue el único, poco después se desató un aguacero torrencial. A través de los patios se oían las exclamaciones de felicidad de la gente. “¡Al fin!”, repetían.
Entonces empezó a flotar en el aire el olor más rico que es capaz de producir el planeta, ese que despide cuando al agua cae sobre la hierba, las piedras de la línea y el techo de zinc de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. Siempre que lo respiro, una extraña felicidad se me mente en el cuerpo.
Estaba mirando el aguacero por la ventana del comedor cuando Atlántida se me acercó. Su mirada quería decir que me podía bañar. Me quité la camisa y salí corriendo para el andén. La mitad del pueblo se había borrado. Apenas quedaban la casa de Felo López y las matas de mango del patio del Chiqui.
Metí la cabeza en el corro de la canal, por donde sale gran parte del agua que se acumula en el techo de la estación. Aunque es muy fuerte y a veces duele, se siente como si uno estuviera debajo de una catarata. No había otro sonido en el mundo que el del aguacero cayendo contra el andén.
Me quedé alrededor del chorro de la canal hasta que dejó de caer. Cuando escampó y reapareció el pueblo, las cosas parecían tener un color diferente. Todo se veía como si estuviera acabado de pintar. A lo lejos, por la carreterita, apareció Basilia. Se fue acercando lentamente,venía empapada. 
—Tremendo aguacero —dijo cuando pasaba junto a mí—. No encontré donde meterme.
Me fue imposible responderle. No me aparecía la lengua dentro de la boca. El agua había hecho que su blusa fuera totalmente transparente. Se le veía todo y los segundos en que tuve esa imagen delante de mí hicieron que todo lo demás dejara de ser importante, incluyendo el aguacero y la catarata de la canal.
Atlántida me preguntó si el baño en el aguacero me había gustado, pero mi lengua seguía sin aparecer. “¡Sécate rápido!”, me ordenó. Fui a ciegas hasta el baño. Delante de mí seguía teniendo aquella imagen fija. Mirara donde la mirara, lo seguía viendo era la blusa y lo que había detrás de la blusa.
Nunca olvidaré el primer aguacero de mayo de 1978, pero por una razón ajena al Trópico de Cáncer, las brisas que vienen del mar y los terrales, las estaciones de la seca y las lluvias… El primer aguacero de mayo será siempre para mí Basilia acercándose lentamente, empapada.

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