Alejandro
Aguilar y Marianela Boán trajeron de Cuba El
Caimán Barbudo dedicado a Bladimir Zamora Céspedes (Cauto del Paso, 1952-
Bayamo, 2016). Me costó mucho trabajo rebasar la portada. Incontables veces vi a
Bladimir frente a una nueva portada de El
Caimán. Mucho de lo poco que sé de edición, lo aprendí mientras él discutía
el color, la imagen, los titulares…
Ahora
era él quién estaba en una portada, la primera desde mediados de los años 80
sobre la que no pudo opinar. Como uno quiere creer que sus amigos durarán siempre,
estaba frente a algo impensable para mí. Alejandro y Marianela me tenía otra
sorpresa guardada. En el dossier sobre el Bladi incluyeron un texto mío, que
publiqué en El Fogonero el pasado 5 de mayo.
Lo
primero que publiqué en El Caimán fue
un poema. Recuerdo que mi padre me preguntó si ese Camilo Venegas era yo. Aun
cuando mencionaba al mediodía del Paradero de Camarones y a los gorriones de Manicaragua,
él no se lo creía. “Escribe otras cosas —me dijo cuando se recuperó de la
sorpresa—, que esos poemas de ahora no hay quien los entienda”.
Si
mal no recuerdo, lo último que publiqué en El
Caimán…, a mediados de los años 90, fue sobre mi pueblo. Más que una crónica,
era un acto de justicia. Originalmente, el cine del Paradero de Camarones se
llamaba Justo, en homenaje al padre de Chena, el dueño. Luego, cuando le
cambiaron los nombres a casi todo en Cuba, le pusieron Jobusí (el nombre de un
cacique que vivió por la zona de Potrerillo).
Justo
no había sido un patriota, pero tampoco merecía tanto olvido. Los más viejos de
mi pueblo lo recordaban con mucho cariño. Toda su vida fue maquinista de los
Ferrocarriles Unidos de La Habana y cuando pasaba por el Paradero de Camarones
hacía que su Balwind estremeciera los techos con largos pitazos.
“Lo
más justo es que nuestro cine se vuelva a llamar Justo”, concluía en mi texto.
Increíblemente, a raíz de la publicación, se creó una comisión en el Poder
Popular de Cruces y mandaron un pintor de brocha gorda para que hiciera la
rectificación en la fachada del cine. Emocionado, Chena se apareció en mi casa
con un regalo: dos litros de leche acabada de ordeñar y una docena de enormes
aguacates.
Le
llevé algunos de regalo al Bladimir y, cuando lo probó, me miró muy serio: “¡Qué
clase de aguacate, chico! —dijo mientras se saboreaba—. Los campesinos somos
así de agradecidos… A ver… ¿a qué más podemos cambiarle el nombre en tu pueblo?”.
He vuelto a publicar en El Caimán
por el Bladi. Aunque hubiera preferido cualquier otra excusa, no niego que en el
fondo me produce una gran felicidad, ese raro estado al que se llega por
razones muy extrañas y que no siempre implican a la alegría. Por eso, solo por
eso, estoy muy agradecido de los que decidieron incluirme en el homenaje.
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