Cuando
cobré mi primer salario fuera de Cuba (periódico El Caribe, penúltima quincena del año 2000) lo primero que hice fue
comprarle un juguete a mi hija. Luego me fui a la librería más grande de Santo
Domingo para regalarme libros que en mi país eran muy difíciles de hallar.
Recuerdo
que me fijé una barrera a mí mismo. Aunque encontrara muchos, solo podía
comprarme tres (replicando, inconscientemente, el número de juguetes al que
teníamos derecho una vez al año). Ese día por fin conseguí mis propios ejemplares
de Tres tristes tigres y La ignorancia.
Para
el tercer libro tenía varios candidatos pero, ya camino de la caja, encontré una
antología de las canciones de Bob Dylan traducidas al español. El Camilo Venegas
que fue capaz de decidirse por aquel cuaderno, está de fiesta desde que supo
que el autor de Like a Rolling Stone había
ganado el Nobel de Literatura.
Ese premio, como cualquier otro reconocimiento que sea decidido por un jurado, está
plagado de disparates. Es imperdonable, por ejemplo, que Jorge Luis Borges se
muriera sin recibirlo. Al paso que van, Kundera también se les puede ir para la
eternidad antes de que atinen a dárselo.
Pero
eso no le quita méritos a Dylan, que es tan bueno como Kundera o Philip Roth, otro
de los candidatos. Al principio, lo que conocemos hoy como literatura era
cosa de trovadores. Luego, en el lugar de la guitarra se quedó el silencio. Si Sindo Garay estuviera vivo, nadie merecería más que él
el Premio Nacional de Literatura en Cuba.
El
poeta cubano Sigfredo Ariel escribió hoy en su muro de Facebook que este era un
“premio a la poesía que se oye, se canta y se lee”. El cineasta Kiki Álvarez
comentó que también lo era a una de las expresiones más humanas de la sociedad
norteamericana contemporánea.
Los suecos que deciden el Nobel de Literatura han errado mucho, muchísimo, pero esta vez fueron acertados, transgresores, valientes y, sobre todo, justos. Eso lo sabe hasta Bob Dylan. Pero, como diría Calamaro en su canción a Elvis, Bob es muy discreto y no dice nada.
Los suecos que deciden el Nobel de Literatura han errado mucho, muchísimo, pero esta vez fueron acertados, transgresores, valientes y, sobre todo, justos. Eso lo sabe hasta Bob Dylan. Pero, como diría Calamaro en su canción a Elvis, Bob es muy discreto y no dice nada.
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