Ayer, un dominicano muy querido, me dijo que admiraba el amor que yo sentía por mi país y que no sé explicaba cómo podía vivir lejos de él. Es cierto, no puedo vivir sin Cuba —le respondí—, pero tampoco podría vivir en Cuba. La Cuba que necesito es intangible. Está en la música que oigo, en los libros que leo, en lo que dicen mis amigos, en lo que todavía recuerda la mala memoria de mi madre.
Todo lo que hablamos fue a propósito de esta foto. Son las ruinas de la Escuela Secundaria Básica en el Campo de El Nicho, en las montañas del Escambray, donde estuve becado entre 1979 y 1981. El niño que fui en ese lugar es tan irrecuperable para mí como el país donde nací y viví hasta noviembre del 2000.
No hay comentarios:
Publicar un comentario