Para la inmensa mayoría de las familias cubanas comer es un trauma. Una vez que se logra una comida, comienza la tensa angustia de conseguir la próxima. Para un preso cubano, comer es también una insultante agonía. Cuando los disidentes desterrados cuentan sus experiencias detrás de las rejas, resultan difíciles de creer. Más que testimonios, sus palabras parecer fragmentos de novelas góticas.
Fabiola Santiago, de El Nuevo Herald, logró acopiar algunos de los ingredientes del menú de los presidarios: “Sopa de cáscara de plátano. Un grasiento y amarillento sebo de res sin sabor como acompañamiento. Un potaje de jirafa, así nombrado porque ‘se te estira el cuello de tanto buscar a ver qué tiene dentro’. Ojos, orejas y otras partes no identificables servidas como el plato principal”.
Como las familias de los carceleros también viven dentro de esa realidad, ellos prefieren robarse los insumos destinados a los reclusos para alimentar a los suyos. Por eso, la mayor parte de los víveres que llegan a las prisiones, son desviados para la bolsa negra. “Robarle a un ser humano en prisión, donde no puede hacer nada, eso es denigrante, el punto bajo de la humanidad”, dijo Mijail Bárzaga, quien permaneció siete años confinado.
Potaje de jirafa. Parece una receta recogida por Indiana Jones en una de sus expediciones, pero es el sabor del oprobio cuando se le sirve en Cuba, entre rejas.
1 comentario:
Es impactante. Aunque confieso me rei bastante ante el curioso nombre del potaje.
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