Felo López había salido al patio de su casa a llenar una vasija de agua cuando oyó un ruido ensordecedor. Dejó de bombear para escuchar bien. “Eso no puede ser una locomotora”, se dijo. Primero la vio reflejada en el fondo de la vasija. Luego, al levantar la vista, la vio alumbrando el cielo en dirección a Malezas.
Carmen, su mujer, salió corriendo con un farol. Aunque había luna llena, levantó la pequeña llama hasta la altura de sus ojos para que le ayudara a ver mejor. Después de persignarse, fue hasta el pozo y tomó a Felo de la mano. Aunque su marido ya estaba viejo y sin fuerzas, eso la hacía sentir segura.
Efraín Monzoña, como todos los días a esa hora, tenía medio cuerpo afuera de la pequeña ventana que tiene el cine Justo en lo alto. Los carbonos de los proyectores producen tanto calor, que el proyeccionista tiene que sacar la cabeza para refrescarse. Él al principio pensó que aquel estruendo era de la película.
Pero al ver pasar la bola de fuego, abrió los brazos desconcertado. No atinó a decir nada. Se mantuvo inmóvil, como pasa cuando los rollos se traban y el cuadro se queda fijo en la pantalla hasta que empieza a quemarse. “¡Efraín, lámpara!”, oyó a Chena gritar. Al darse la vuelta, se perdió la explosión.
El Bizco, un testigo de Jehová que vive en La Chirigota, pensó de inmediato en el fin del mundo. “Yo siempre les dije que esta vez la cosa venía con candela —le dijo su mujer con orgullo—, ¡y míralo ahí!”. “¿Tú crees que nos salvemos? —Preguntó la Bizca aterrorizada—. ¿Tú crees que iremos al paraíso?”.
Yuyo Serralvo, que andaba en una de sus rondas de un extremo al otro del pueblo, cargó su vieja carabina San Cristóbal y apuntó al cielo. “¿Serán los americanos?”, se preguntó mientras mantenía el fusil en alto. Pero después de la explosión no se oyó nada más. Era improbable que fuera un ataque del enemigo.
Al otro día la zona amaneció llena de soldados. Un avión militar no había podido llegar al aeropuerto de Cienfuegos y se estrelló en un cañaveral de Malezas. Una ambulancia pasó con los cadáveres. El piloto alejó lo más que pudo al aparto incendiado los pueblos y al final no les dio tiempo a catapultarse.
Los que fueron al lugar del accidente dicen que dejó un cráter enorme. Ahora, cada vez anochece, Felo López revisa al cielo de punta a cabo. Dice que no quiere que otra bola de fuego lo sorprenda. Lo mismo le sucede a Efraín cuando tiene medio cuerpo afuera de la pequeña ventana del cine Justo.
En el pueblo ha habido unas discusiones tremendas por el modelo del avión. Unos dicen que fue un Mig 15, otros un Mig 17 y algunos están convencido de que fue Mig 21. El Bizco, en cambio, sigue sin creer que fue un accidente. “Yo siempre les dije que esta vez la cosa venía con candela”, repite.
Entonces la Bizca, todavía muy asustada, pregunta por su salvación. “¿Tú crees que iremos al paraíso?”, dice con un ojo apuntando para su marido y el otro para lo más alto.
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