A cada rato escribo “Ferrocarriles de Cuba” o “Cuban railroad”, así, entre comillas, en los buscadores y las tiendas on line. Acopio toda imagen, texto, documento, película o libro que aparezca. Nací en la estación de trenes del Paradero de Camarones. Al hacer eso salvo, de alguna manera, mi mundo perdido.
28 marzo 2021
Mi madre camina por el andén de Camarones para ver pasar un tren
A cada rato escribo “Ferrocarriles de Cuba” o “Cuban railroad”, así, entre comillas, en los buscadores y las tiendas on line. Acopio toda imagen, texto, documento, película o libro que aparezca. Nací en la estación de trenes del Paradero de Camarones. Al hacer eso salvo, de alguna manera, mi mundo perdido.
Camilo y Serafín posan en Yaguajay
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Serafín Venegas, con gorra, detrás de Camilo Cienfuegos. |
En los archivos de Bohemia encontré esta foto donde Papi aparece junto a Camilo Cienfuegos en Yaguajay. En un Noticiero ICAIC se les ve otra vez juntos ese mismo día, izando una bandera cubana en lo alto del Ayuntamiento del pueblo (no he logrado conseguir esos segundos de película).
27 marzo 2021
La crisis de octubre
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La 30815 en el andén de Cienfuegos Viajeros. |
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"La lluvia", cuento de Ray Bradbury publicado en la revista Bohemia del 18 de octubre de 1962. |
23 marzo 2021
El caballete
Sin prisa, pero sin pausa
A Frank Rainieri, el empresario dominicano que creó en una desolada costa uno de los destinos turísticos más admirados del mundo, le preguntaron cómo había hecho realidad el sueño de Punta Cana. "Sin prisa, pero sin pausa", respondió. Hace 4 años que llegamos a la Loma de Thoreau.
20 marzo 2021
El consejo de Florentino
De Cienfuegos, la ciudad que más me gusta a mí, recuerdo especialmente tres años: de 1987 a 1990. Acababa de graduarme de la Escuela de Arte y me habían enviado a cumplir el servicio social. Allí coincidí con “viejos” amigos de Cubanacán (graduados de teatro, como yo, y de artes plásticas).
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Atravesando la bahía junto a mis compañeros de sueños en el Cienfuegos de finales de los 80. |
17 marzo 2021
El gran valor de Plantados
11 marzo 2021
La mesa de cristal
—Así dejamos la principal libre —le explicó a Elpidio Ávalos, el conductor—. Por ahí vienen dos tolveros.
Toda la tripulación se bajó para ayudar, hasta el maquinista y el fogonero. Primero sacaron las cajas y las pusieron a un lado. Luego empezaron a bajar los muebles. La base y el cristal de la mesa fueron los últimos. Muchos viajeros tenían medio cuerpo fuera de las ventanillas y no podían contener su asombro.
—¡Mira ese butacón, es inmenso!
—¡Tremenda cómoda!
—¡Ese es el espejo más grande que he visto en mi vida!
—¡Qué sillas más lindas, caballero!
—¡Dicen que vienen de La Habana!
Cuando la 50902 dio los dos pitazos de salida eran las 16:12. El mixto tenía ya 10 minutos de atraso. Elpidio Ávalos, sin embargo, le dijo a mi abuelo que no se preocuparan porque eso lo recuperaban en el camino. Cuando el último coche se perdió en la curva del triángulo, Aurelio se llevó las manos a la cabeza.
No sabía por dónde empezar. Desde la ventana del comedor, mi abuela miraba a los muebles con los ojos llenos de lágrimas. Por un lado, estaba tranquila de que todo llegara bien. Pero por el otro, le producía una tristeza inconsolable. Al final suspiró y también se llevó las manos a la cabeza.
Las cajas y los muebles eran las pertenencias de Nellina, la hermana de Atlántida que vivía en La Habana y que había muerto de un infarto fulminante. En los próximos días, mi abuela se dedicaría a organizar todo aquello dentro de nuestra casa. El cambio fue tan grande, que Aurelio y yo tardamos meses en volver a orientarnos.
Mi cama se la mandaron a mi primo Ariel (el hijo pequeño de mi tía Titita, que vive en San Juan de los Yeras) y a mí me pusieron el juego de cuarto que era de Nellina. Pude llenar las gavetas de las mesas de noche con mis cosas. Por primera vez tenía un espacio para mí solo.
En la saleta, donde antes estaba el piano, pusieron un aparador con el espejo más grande que yo había visto en mi vida. Estaba lleno de copas, juegos de cubiertos, manteles, servilletas y una vajilla de porcelana que solo se usaría en comidas muy importantes. Frente al aparador, la mesa de cristal con sus doce sillas.
Cuatro hojas de helechos arborescentes, talladas en madera preciosa y laqueadas en blanco, salían de un único tronco para sostener el enorme cristal de una pulgada de ancho. En el centro, dos gigantescos caballos de porcelana, parados en dos patas, luchaban. Uno mordía la crin del otro.
—Esta mesa no se toca —me advirtió Atlántida—. No quiero ver ni un solo dedo marcado en el cristal, ¡ni uno solo!
La vitrina, el aparador y la mesa del antiguo juego de comedor ahora eran de diario. La mesa de diario con sus taburetes fue a dar a la cocina. Allí acabó también el radio Westinghouse de Aurelio, quién ahora oiría la Voz de América frente a Atlántida, con el oído pegado a la bocina.
Mi abuelo escuchaba las noticias en un volumen tan bajo, que podía oírse a la leche hirviendo y al café colándose. Luego Aurelio le hacía un resumen de todo a Atlántida en el desayuno. Cuando decía “aquella gente”, se refería al gobierno de Estados Unidos y cuando decía “esta gente” al de Cuba.
Marita, Miriam y Yolanda me pidieron que les enseñara la mesa de cristal. Atlántida se sorprendió cuando llegué a la casa con mis compañeras de aula. Siempre atenta a que ninguna de las tres tocara el cristal, también les enseñó fotos de Nellina y les contó la vida de su hermana hasta acabar enternecida en llanto.
En una bandeja de plata que vino en una de las cajas, puso cuatro vasos de jugo de mango y unas galleticas dulces de las que dan en el tren de La Habana. Mi abuelo también vino de la oficina a saludarlas. “¿Y cómo se porta el niño en el colegio?”, les pregunto.
Aunque ya la palabra colegio no se usa, Aurelio se niega a decir escuela. Como tampoco dice matemáticas sino aritmética. Él multiplica de una forma diferente a la que nos enseñó el maestro Gustavo y cuando me ve haciendo la tarea se molesta. “Ni a multiplicar saben enseñar esta gente”, refunfuña.
Casi todo el pueblo vino a ver la mesa de cristal, menos Basilia. Me pasé semanas muy atento para salir al andén justo en el momento en que ella estaba pasando. Pero nunca me dijo nada. Algunas veces me saludaba con una sonrisa y otras me hacía sentir como el hombre invisible.
Al fondo, en el centro de la saleta, alumbrada por un cono de luz del sol de la mañana, resplandece la mesa de cristal. Muchos dicen que es el mueble más lindo que han visto en sus vidas. Para Aurelio y para mí, en cambio, se ha convertido en un problema.
Él ahora tiene que escuchar el radio Westinghouse entre todos los ruidos de la cocina y pegar bien el oído para entender las noticias en la Voz de Américas. Yo ya he decidido pasar por la saleta con los brazos cruzados. Porque al más mínimo descuido, Atlántida me sorprende poniéndole la mano encima al cristal.
—Te he dicho mil veces que esa mesa no se toca —me advirte—. No quiero volver a ver ni un solo dedo marcado en el cristal, ¡ni uno solo!
10 marzo 2021
ÁNGEL SANTIESTEBAN-PRATS: “Creo que ya hice todo lo que tenía que hacer en esta vida”
Mi madre y la suya fueron grandes amigas de la infancia en el San Fernando de Camarones de los años cincuenta. A nosotros nos presentó la literatura 40 años después y en cuestión de días ya nos queríamos como hermanos. Nuestras complicidades pueden señalarse a lo largo de todo el mapa de Cuba.
Eras uno de los escritores más premiados de mi generación cuando decidiste pronunciarte en voz alta contra la dictadura. ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso? ¿Qué consecuencias inmediatas tuvo en tu relación con las instituciones culturales y tus amigos que ocupaban altos cargos en ellas?
De verdad disfrutaba mi vida como escritor. Aunque nunca trabajé en ninguna institución ni conformé una delegación oficial y no era de los aupados, debido a los temas que abordaba en mis libros que siempre resultaban incómodos, viajé por todas las provincias y a varios países a presentar mis obras y como invitado a ferias del libro.
Recuerdo que, aunque no me expresaba públicamente sobre política, en el 2002, en la Feria del Libro de Guadalajara, recorrimos escuelas y universidades. Nos guiaban grupos de “amigos de Cuba”, que en realidad son aliados de la dictadura. Cuando preguntaban sobre Cuba, muchos preferían no responder o mentir, pero yo prefería ser honesto. “A veces decir la verdad te hace cómplice del imperialismo”, me dijo Iroel Sánchez, en ese entonces presidente del Instituto del Libro.
Después de aquella experiencia, los aduladores de la dictadura que coordinaban las actividades de la Feria no contaron más conmigo. Yo les ponía malo el negocio, porque todos esos militantes de la izquierda latinoamericana lucran con su “solidaridad” con Cuba, beneficiándose de becas para sus hijos, atenciones médicas gratuitas o vacaciones en la isla.
Algunos dijeron que yo estaba loco, pues era un “privilegiado”. Viajaba, recibía premios, publicaba libros… pero llega un punto que uno no puede más con el asco que siente consigo mismo. Ese silencio cómplice no me permitía vivir en paz con los jóvenes que fusilaron por intentar llegar a Estados Unidos o con las farsas electorales que el régimen convoca y en las que teníamos que votar todos.
Decidí revelarme ante todo aquello y puse un cartel en mi casa y lo subí a internet: “En esta casa no se vota. Nosotros botamos”. De inmediato Abel Prieto me mandó a buscar a la UNEAC, de la cual era su Presidente, para decirme que la Seguridad del Estado se estaba halando los pelos con mi actitud.
Luego, en 2008, decidí crear un blog. Ya eso fue como quemar las naves. De hecho, el blog lo creé en tu casa, durante un viaje mío a Santo Domingo, desde tu computadora. A partir de ese momento me convertí en un mercenario, en un perseguido, “indigno de vivir dentro de la revolución”. Pasé a engrosar la lista negra de las instituciones culturales. Nadie podía invitarme a nada ni dejarme participar en ningún evento. La mayoría de los amigos me salieron huyendo, hasta los que visitaban mi casa a diario.
Eduardo Heras León y Francisco López Sacha me advirtieron que pronto la policía política “comenzaría a enseñarme los instrumentos”. Recuerdo que me pidieron que sacara Los hijos que nadie quiso, mi blog, de Cubaencuentro. Les dije que no y a partir de ese día no me visitaron más.
Tampoco aquellos que no ocupaban cargos volvieron a visitarme porque simplemente tenían miedo. Como soy muy sociable, era amigo o conocía a muchísimos escritores de Cuba y, por ende, sabía lo que realmente piensan (muchos se expresaban en privado de una manera aún más crítica que la mía). Pero la inmensa mayoría decidieron evitarme.
Recuerdo una noche que salí de una fiesta en la casa de la escritora Milene Fernández con Laydi Fernández de Juan, la hija de Retamar, y su esposo. Mi pareja en ese momento y yo nos quedamos sorprendidos de la manera en que Laydi se expresaba, bajo los efectos del alcohol, del régimen. A diferencia de ella, soy abstemio, siempre estoy consciente de mis desinhibiciones.
¿Cómo fueron tus años en la cárcel, cómo se relacionaban los presos comunes contigo? ¿Cómo hacía para sobrellevar el encierro alguien como tú, que tienes una constante necesidad de sentirte libre?
Si te digo que fueron terribles te engañaría. Aunque estaba privado de mi libertad, lo cual siempre es doloroso, me sentía útil. Donde quiera que me ubicaban, los guardias no podían cometer abusos. Los presos comunes se sentían agradecidos por mi presencia, porque de inmediato les mejoraban la comida y les comenzaban a pagar los sueldos por su trabajo para evitar mis denuncias de “mano de obra esclava”.
Los presos, a su vez, me protegían. Sentía su admiración. Aun cuando algunos de ellos se prestaron para hacerle el juego a los militares, siempre encontraron una respuesta que decidían no volver a acercarse. Me refugié en la lectura y la escritura. Me levantaba a las 9 de la mañana y estaba trabajando (escribía a mano) hasta las 10 de la noche, cuando apagaban la luz. A veces llegué a irme para un salón que había a la entrada del baño para seguir escribiendo o leyendo.
Para poder soportar el encierro, lo asumí como un sabático. En la calle jamás he tenido ese tiempo para crear. Puedo asegurarte que, a pesar de estar preso, me sentía más libre que muchos artistas que conozco y que jamás dicen lo que piensan.
¿Cómo es la vida de un cubano que vive dentro de Cuba y manifiesta públicamente su oposición al régimen?
Es terrible. Te sientes vigilado constantemente. Tienes que multiplicar las precauciones porque no sabes qué nuevo delito va a fabricarte la policía política. A veces venden algo en bolsa negra y decides no comprarlo, por mucho que te haga falta, porque puede ser un enviado de ellos para sorprenderte y devolverte a la cárcel.
La inseguridad te enferma. Cada dos o tres días sueño que estoy preso… ¡Es tan fácil ir preso en Cuba! Una vez que cruzas la línea roja, comienzas a sentir el aire enrarecido, ya el oxígeno no es el mismo. Te traumatiza después que encuentras a los represores esperándote en la escalera de tu casa. A partir de ese momento, cada vez que salgas y entres a tu casa, los vas a encontrar en el mismo lugar.
Cuando un policía se te acerca o un auto patrullero se detiene a tu lado, te pones en alerta porque pueden venir por ti. Sucede igual con los autos típicos que usa la Seguridad del Estado. Siempre estás asustado, preparado para algo que puede cambiar el rumbo de tus planes más inmediatos. Eso te obliga a tener siempre un plan B.
También es cierto que para mí hay “cierta protección”, al menos mediática, por ser escritor con algunos libros y premios, pero para aquellos que comienzan desde el anonimato es terrible. Gran parte de ellos pasan a engrosar la fila de “presos comunes”, porque el régimen no les otorga el estatus de preso político, y se pierden en lejanas y abusivas prisiones, sin que el mundo, ni los propios opositores se enteren que alguien tomó una actitud con el sistema.
Es muy difícil ser opositor en Cuba, porque la maquinaria represiva es de una crueldad sin límites y hacen lo que tengan que hacer para tratar de que no vuelvas a levantar la voz contra de ellos.
Actualmente ocupas un alto cargo en la masonería. ¿Cómo te hiciste masón? ¿Cómo ha logrado sobrevivir esa hermandad en la Cuba totalitaria?
He sido en dos ocasiones Gran Decano de la Meritísima Asociación de Veteranos Masones en Cuba. Es un cargo de mucho prestigio para los masones. Fui iniciado en la fraternidad hace 34 años. Comencé a los 21 (la edad en la que se permite ser masón), allá por el lejano 1987, pero desde dos años antes ya estaba cooperando con mi logia, mientras esperaba por la admisión.
Siempre fue una ilusión de mi madre que fuera masón. Ella me inculcó ese camino, como creo que también soy escritor porque era lo que ella deseaba para mí. Recuerdo que una vez reunimos a tu madre y la mía y comenzaron a recordar su infancia. Eran amigas desde la niñez, pues tu familia y la mía venían de España y los domingos se reunían allá, en San Fernando de Camarones. Mientras los adultos conversaban, ellas, tu mamá, mi madre y sus hermanas, se iban a jugar en los portales.
Siempre será un misterio cómo nos quisimos tan rápido. Desde el momento en que nos conocimos fuimos inseparables. Y entonces recordé que en los años que viví en Cruces, los viernes me iba para casa de mi hermano en Cumanayagua y, cuando el tren se detenía en la estación del Paradero de Camarones, allí en el andén, veía a un niño jugando, la mayoría de las veces solo. Te vi varias veces, también cuando regresaba los domingos. Luego de jóvenes supe que eras tú.
En cuanto a la masonería, recién me han otorgado el más alto honor que puede aspirar un masón, que es el grado 33º efectivo de la masonería escocesa. Me siento muy orgulloso, sobre todo porque creo que la mayoría de mis hermanos me creen útil, que es a lo que yo aspiro, a servirle a la institución como he hecho durante más de tres décadas.
La masonería en Cuba ha logrado subsistir porque se ha adaptado a los tiempos que le tocaron vivir. Se ha encerrado dentro de sus templos y ha olvidado todo pronunciamiento social, justificándolo con los preceptos y legislaciones internas.
Criticable o no, ha sobrevivido, que es su primera premisa.
A mis hermanos, sobre todo a los que ya no están físicamente entre nosotros, les debo la armonía de mi comienzo en la hermandad, tanto así, que aún hoy percibo esa concordia como el primer día. Ellos me indicaron el camino del esfuerzo, así como los conocimientos filosóficos que vas adquiriendo con las lecturas, los grados y los años.
¿Por qué insistes en vivir en Cuba, qué te ata a un país que se ha convertido en una jaula para ti?
Creo que una de esas cosas que ata mi permanencia en Cuba es justamente la masonería. Aunque en la mayoría de los países existe la fraternidad, creo que siempre seré más útil desde Cuba. Me siento demasiado extranjero cuando salgo. Tú has logrado llevarte contigo a un Paradero de Camarones imaginario, que mantienes vivo. Yo necesito abrir los ojos y ver a La Habana o saber que puedo volver a ella en cuanto quiera.
Necesito a Cuba para vivir. ¿Recuerdas aquel viaje que hicimos por el interior de Matanzas y Cienfuegos? Éramos jurados en un concurso literario en Colón, nos despertamos y salimos por el Circuito Sur en mi camioneta. Me obligaste a parar en las estaciones de trenes de Guareiras, Calimete, Amarillas… Luego fuimos a Santa Isabel de las Lajas a la tumba del Beny. Necesito tener esa posibilidad siempre a mano.
Aquí están los huesos de mis familiares, no tengo por qué dejarlos. Aquí nací, no entiendo que una dictadura me obligue a abandonar mi país. Sé que aquí voy a morir y no me importa cuál sea el precio para no abandonar esta isla. Creo que ya hice todo lo que tenía que hacer en esta vida. Solo me queda repetirme, lo que hago con mucho gusto y ahínco.
Me encanta crear, sabes que en mí eso es un vicio incorregible. He sido muy amado por los que me han rodeado. Estoy convencido de que la vida me ha dado más alegrías de las que merezco y por ello solo quiero que mi epitafio diga: Aquí yace Ángel Santiesteban-Prats, un escritor que se enfrentó a la dictadura de su tiempo”. Si me gano ese recuerdo, seré más que bien pagado.
08 marzo 2021
Tatuajes
La bola de fuego
07 marzo 2021
El lugar de nuestros libros
En cada accidente de mi vida tuve que dejar muchos libros atrás. Siempre que pienso en esos tropiezos y caídas, lo que más lamento son los libros que perdí en ellos. Aunque ya uno puede llevar todos sus libros dentro del teléfono, soy un hombre del siglo pasado. Necesito tocar, oler y cuidar de las cosas que amo.
Compota de manzanas
(Fragmento de la novela Atlántida)
En el punto más oscuro del callejón que pasa por detrás de las casas de los Monzoña, los borrachos del Paradero de Camarones se reúnen a beber compota de manzana. Así le llaman al aguardiente clandestino que compran en los frascos donde viene, desde la URSS, ese alimento para niños.
Lo destila Fico, el esposo de la Negra. Cuando los trenes de miel de purga vuelven vacíos del puerto de Cienfuegos, él se mete debajo de los tanques con una palangana y saca todo lo que puede. Después de fermentar la melaza con levadura, la destila en un rudimentario alambique de cobre.
Fico no es el único que hace aguardiente clandestino en el pueblo, pero nadie logra uno tan puro como él. Por eso al suyo le llaman compota de manzanas y a los otros calambuco o chispa de tren. Por 25 centavos, Fico sirve un frasco lleno hasta arriba.
—Mira cómo brilla eso —dice poniendo el líquido a trasluz—. Esto es compota pura.
Los borrachos se sientan en círculo y apenas hablan. Los envuelve el humo de la basura que arde al final de los patios, junto al apartadero donde se detienen los trenes de carga. Con los ojos entrecerrados, parecen soldados después de una batalla en la que murieron la mayoría de sus compañeros.
Aunque Atlántida me había prohibido cortar camino por el callejón de los Monzoña, a veces atravesaba por ahí cuando volvía de buscar el pan en la tienda de Chena. Pero me dio tanta pena encontrarme con ellos, que tomé la decisión de dar la vuelta por la esquina siempre. Bajé la cabeza y salí corriendo.
—Cuando un hombre empieza a tomar eso —oí que le dijo Chena a mi abuelo—, es que ya está perdido.
Cada cierto tiempo, la policía destruye todos los alambiques del pueblo y tira a la cañada el calambuco que decomisa. Pero dicen que Fico está emparentado con Meneses y que por eso a él nunca le pasa nada. La compota de manzana jamás le falta al círculo de hombres que se arma en el callejón cada tarde.
Aquel día yo me había comprado una revista Unión Soviética para forrar el nuevo Atlas Universal que nos entregaron en la escuela. Las revistas soviéticas son la únicas con páginas en colores que llegan al pueblo. Aunque casi nadie las lee, se acaban enseguida. Todos forramos los libros y las libretas con ellas.
En la portada aparecía una cosmonauta. De su espalda colgaba algo que parecía un paracaídas. Detrás del cristal de su casco, ella miraba a la cámara y sonreía. Me entretuve tanto hojeando la revista que tropecé. Cuando levanté la vista, allí estaban ellos dos, con los ojos entrecerrados y envueltos por el humo de la basura.
El Ruso, que cada vez está más flaco, tenía una rara sonrisa. A Gustavo el maestro no se le quitaba una rara mueca de la cara, como si la compota de manzana le hubiera provocado una parálisis. De tras de ellos, la Negra enjuagaba los frascos vacíos en el pozo y Fico miraba el líquido a trasluz.
—Mira cómo brilla eso —se decía a sí mismo—. Esto es compota pura.
Un largo tren de carga estaba detenido en el apartadero. Encima de que desobedecí a Atlántida al cortar camino por el callejón de los Monzoña, me subí a una tolva para poder pasar. Si mi abuela me sorprendía, ni Aurelio hubiera podido librarme de un mes de castigo.
Después de efectuarse el cruce con otro tolvero, el tren de carga empezó a moverse lentamente. El indicador de cola del caboose se fue haciendo más pequeño hasta desaparecer. Entonces todo fue cubierto otra vez por el humo de la basura que arde al final de los patios.
Allí, en el medio de aquella oscuridad que crecía cada vez más, estaban el Ruso y el maestro Gustavo con los ojos entrecerrados, como dos soldados después de una batalla en la que cayeron la mayoría de sus compañeros.
05 marzo 2021
Cuba, el país que se niega a vivir
Una de las mejores definiciones de la Cuba actual que he leído fue del cineasta Juan Carlos Cremata. Alguién en Facebook compartió la noticia de que el régimen había vuelto a la lista de países que patrocinan el terrorismo. “Primero tiene que volver a la lista de países”, sentenció Cremata.