Otro cubano murió aplastado por las ruinas de La Habana. Esta vez el derrumbe ocurrió en la calle Inquisidor casi esquina Luz, en el barrio de Belén (para los que gustan de buscar significados en el azar). Tres personas, a las que lograron rescatar a tiempo, permanecen hospitalizadas.
Es probable que si Eduardo del Llano lee este post reaccione enfurecido. “En Nueva York también se derrumbó un edificio”, reclamó hace poco, con el tono y el rostro descompuestos. Eso sí, en la “capital del mundo” los inmuebles no se desploman con la frecuencia que lo hacen en la capital de los cubanos.
Como una Pompeya insepulta, que ha sido arrasada por 61 años de ineptitud y desidia, La Habana se ha convertido en una trampa mortal para sus habitantes. A finales de enero, hace poco más de un mes, un balcón de La Habana Vieja se desplomó y mató a tres niñas.
Entonces el artista Luis Manuel Otero Alcántara salió a la calle con un casco de protección y una bandera. La policía política acabó apresándolo y desde entonces permanece encerrado. El juicio sumario que le celebrarían hace dos días, fue suspendido de repente y sin explicaciones.
A raíz de este hecho, el oficialista Ernesto Rancaño escribió en Facebook que prefería “una Cuba sin Alcántara”. Yo, que siempre preferiré otra con todos y para el bien de todos, conviviría incluso con el excluyente Rancaño, cuya melcochosa obra siempre me ha parecido repugnante.
Me olvidaba de Silvio Rodríguez, quien salta a defender lo indefendible cada vez que los oprobios de la dictadura se convierten en noticia. La ciudad se derrumba y él cantando… perdón, quise decir susurrando.
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