14 febrero 2020

Nelson Rodríguez, el cubano que le encantaba cortar

Facebook para mí es como aquellos parques de los pueblos, a los que uno iba a reencontrarse con los amigos de toda la vida. Solo que ahora también están ahí los que siempre quisimos conocer. Por eso pienso que el problema no es la red social, sino uno; su sentido y su valor depende de los que nos rodean en ella. 
Una de las razones por las que estaré siempre agradecido de Zuckerberg, es Nelson Rodríguez. Una tarde me escribió para decirme que disfrutaba mucho El Fogonero. Aproveché esa excusa para comenzar una conversación. A través de una ventana en la pantalla, nos dimos el primer abrazo.
Nuestros intercambios siempre estuvieron relacionados con Cuba, el cine y una obsesión común: Cienfuegos, la salida al mar de nuestro sentido de pertenencia. Un día de noviembre de 2018, publicó una foto suya cerca de la entrada de la bahía. En el pie, fijó la fecha: 1959.
“Cuando iba al Castillo del Jagua —le comenté—, buscaba las escenas de Lucía al pasar por Cayo Carenas. Me preguntaba, rodeado de obreros termonucleares, cuál de aquellas ruinas sería la casa de la película”. Ahí fue que surgió la idea de hacerle una entrevista para El Fogonero.
Aunque accedió de inmediato, puso una condición: “Me tomaré algún tiempo en contestarte. El día 14 cumplo 80 años. Debes tener paciencia”. No fue así, contestó casi de inmediato.  “¿Cómo se corta lo cubano en el cine?”, le pregunté al mejor editor que hemos tenido. 
“Me encantaba cortar lo que consideraba que sobraba en una secuencia —respondió—. Lo que quedaba, si la película era cubana, ¡eso era lo cubano en el cine!”. Cuando su compañero, Marcelino Pérez Hernández, compartió la noticia de su muerte, sentí un raro desconcierto. 
Nelson Rodríguez Zurbarán armó, tijera en mano, las películas más trascendentales del cine cubano. El final de Memorias del subdesarrollo, ese genial discurso visual que no precisa ni de una sola palabra, es obra suya. Esos pocos segundos bastan para que siga siempre entre nosotros.
Un fuerte abrazo, querido amigo —le escribí esta mañana en un chat que yo no había respondido—. ¡Buen viaje!

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