Graciel en su banco preferido en el parque de Banes. |
—¿Cuál es la forma correcta de acoplar una locomotora a un tren o fracción en una pendiente descendente? —Preguntó Juan Carlos Portales.
—Acercar la máquina, conectar las mangueras del aire, llenar el tubo del tren, hacer una aplicación fuerte y enganchar —Respondió Jorge Aguilera Rodríguez.
Acabo de leer ese diálogo en Trenes de Cuba, un grupo de Facebook al que pertenezco. En este momento tiene 3.787 miembros.
Está integrado por empleados de los Ferrocarriles de Cuba, jubilados y en activo, que viven en la isla o en el exilio. Gracias a sus interacciones, he podido seguir siendo parte de una cultura en la que nací y me crié. Viví toda mi infancia en una estación de trenes. Tuve dos abuelos, seis tíos y tres primos ferroviarios.
Desde el fin de semana pasado el grupo está de luto, tras la muerte de Graciel Velázquez. Sus conocimientos, experiencias, memoria y locuacidad hicieron grandes aportes a la calidad del debate en el grupo. Con un tino y una humildad envidiables, siempre le agregaba valor a las conversaciones donde participaba.
Graciel ocupó varias posiciones en los ferrocarriles y trabajó durante décadas en prácticamente toda su geografía, por eso dominaba tan bien ese idioma que distingue a los ferroviarios cubanos. Por él supe, de primera mano, que Fidel Castro nunca condujo la locomotora insignia, que todo había sido puro teatro.
Ya gravemente enfermo, participó en el más reciente encuentro presencial del Trenes de Cuba en Miami. En las fotos se le ve feliz, locuaz, dispuesto siempre a hacer un aporte. Con Graciel se sigue perdiendo la memoria de un medio de transporte que, como la industria azucarera, contribuyó a definir la identidad de Cuba.
Uno menos.
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