21 febrero 2020

El día que el Paradero de Camarones conoció a John Wayne

El cine Justo del Paradero de Camarones. A su derecha,
el portal de la casa de Chena.
El Paradero de Camarones fue fundado el 10 de julio de 1852, en el punto más cercano entre el ferrocarril de Cienfuegos a Cruces y San Fernando de Camarones, el poblado más antiguo de la zona. Al principio fue solo un andén de madera, construido de repente, en el verano de aquellos cañaverales. Luego levantaron varias casas a su alrededor.
En sus 168 años de existencia, el día más feliz de mi pueblo ha sido el 23 de febrero 1953. Aunque muchos aportaron de diferentes maneras, hubo dos protagonistas: Pedro Piz Prieto, presidente del Patronato Pro Luz, y Juan Francisco Rodríguez, el mítico Chena, que aprovechó la llegada de la electricidad para hacer realidad su sueño.
La fiesta comenzó al amanecer, con una procesión de San Damián por la calle principal. Pero el momento cumbre de la celebración fue al anochecer, en el instante en que todas las casas se alumbraron a la vez. Después de presenciar aquel increíble espectáculo, una multitud se congregó alrededor de Chena.
Linterna en mano, los invitó a pasar. Con las antigua butacas del teatro Luisa (de Cienfuegos) y con una estrecha pantalla donde no cabían las películas en cinemascope, el cine Justo abrió sus puertas. Cuando John Wayne se paró frente a todos y se quitó el sombrero, al Paradero de Camarones le dolieron las manos de tanto aplaudir.
Como la mayoría de los canarios que habían venido del campo no sabían leer, muchos se fueron sin entender la película. “¡Vuelvan mañana! —Les repetía Chena—. ¡Les prometo que voy a resolver ese problema!” Al día siguiente, John Wayne se presentó de nuevo. Lo aplaudieron otra vez, pero ya les resultaba un viejo conocido.
Desde la última butaca, Chena leyó la película completa. Además, incluyó comentarios sobre la trama. Cuando la revolución le expropió el cine, aceptó ser el taquillero por tal de no renunciar a su costumbre. Siguió leyendo las películas hasta su último día. Yo también estuve entre los que le preguntó, desde lo oscuro, si el bueno sobrevivía o al malo lo mataban. 
En 1991, publiqué un reportaje en El Caimán Barbudo donde le pedía a las autoridades que le devolvieran su nombre original al cine Justo. Le había sido cambiado por el de Jobusí (un supuesto indígena de la zona) durante su intervención. Increíblemente, me hicieron caso. 
El día que Chena me fue a dar las gracias por aquella “gestión”, me llevó una cantina de leche para mi hija Ana Rosario, un queso que me había hecho su esposa Mercedes Cabrera y un montón de fotos antiguas del Paradero de Camarones. 
“Gracias, Camilito, ya me puedo morir tranquilo”, me dijo con el mismo tono grave que narraba las películas. Dio media vuelta y salió caminando. Se movía como John Wayne al final de todo, cuando el letrero de “The End” salía de su espalda y cubría toda la pantalla.

El reportaje que publiqué en El Caimán Barbudo
sobre el cine Justo.

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