04 febrero 2020

El tren del circo Santos y Artigas

Mi madre fue al circo Santos y Artigas. Vio llegar su tren a la estación de San Fernando de Camarones, donde mi abuelo Aurelio era el jefe. La locomotora del mixto de Cumanayagua dejó los vagones en el apartadero del almacén, a unos escasos metros de la explanada donde armaron la carpa.
Muchas veces, durante mi infancia, le pedí que me repitiera el cuento. Entonces ella me describía los vagones, uno por uno, en especial el de la elefanta Tana. Los ojos le brillaban cada vez que recordaba a los malabaristas practicando sus números en el patio de la estación.
“Los rugidos de los leones no nos dejaron dormir esa noche”, me decía siempre. Por mucho tiempo busqué, sin éxito, fotos del tren del Santos y Artigas por todas partes. Por eso salté de la alegría cuando di con un post de Lázaro Sarmiento en Facebook.
“No hay recuerdo más alucinante que el de un tren de circo vacío y abandonado —escribió—. Cuando iba a Regla con mi madre, el ómnibus cogía por la carretera vieja, próxima al ferrocarril del puerto (…). Desde el vehículo se veían en la línea de la costa varios vagones con el rótulo del legendario Circo Santos y Artigas”. 
Entre las fotos que comparte, hay una muy pequeña del tren. En efecto, pertenece a sus últimos años, cuando el circo ya había sido intervenido por el gobierno revolucionario. En la parte superior de uno de los vagones (un coche Pullman), puede leerse INIT (Instituto Nacional de la Industria Turística).
“Viajábamos en la tarde y la luz solar se proyectaba como raíles detrás de los vagones —recuerda Lázaro—. Una fosforescencia cósmica iluminaba el interior y las ventanas del tren. (…). Había magos, acróbatas, la mujer barbuda, enanos. Eran los últimos actos de magia de un circo muerto bajo la luz del mediodía”.
A mediados de los años 70, mi madre me llevó a Cienfuegos a ver el Gran Circo Soviético. Salí alucinado del espectáculo, era la primera vez que veía un tigre. En el camino hacia la estación, para tomar el tren de regreso a Camarones, le pregunté a mi madre cuál acto le había gustado más.
—Nada fue como en el Santos y Artigas —me dijo con dulzura, tratando de no desencantarme—. Ay, niño, tú no te imaginas lo que era aquel circo.

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