En 2011, apenas unos días después de habernos encontrado, Diana Sarlabous nos fuimos a Cuba para conocernos mejor. Ella se había ido a los 5 años, yo a los 33. Para que cada quien explicara lo mejor posible quién era, llegamos hasta nuestros puntos de partida: El Cristo y el Paradero de Camarones.
En mi pueblo le enseñé la estación de trenes donde viví toda mi infancia con mis abuelos. La llevé a conocer a los amigos queridos que seguían con vida en ese momento y le mostré uno de mis fenómenos atmosféricos preferidos: la caída de la tarde en la mata de mangos de Mercedita Serralvo.
Cuando ya nos íbamos, le pedí que nos casáramos. Ella solo me dio un beso. En su pueblo, me presentó a las primas con las que no pudo reencontrarse (nunca pudieron subirse al avión que las traería a Santo Domingo) y las ruinas de un mundo que sigue explicando su identidad.
Una tarde, caminando por El Cristo, dimos con el cine Ayacucho. “Ese hubiera sido el cine de tu infancia”, le dije. “Sí —me respondió—. Yo perdí al cine Ayacucho, pero encontré a mi Cucho”. Al rato, después de darme otro beso, me dijo que se quería casar conmigo.
Nunca más volvimos a llamarnos por nuestros nombres. Se había producido el nacimiento de los Cuchos.
1 comentario:
Muy linda historia. Felicidades CUCHOS.
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