Poco después de las doce,
cuando todo el peso
de la luz
caía sobre ella,
la escalera de mi casa crujía.
Vivíamos conscientes
de que tarde o temprano
no iba a soportar más
el paso de las aguas
y el estruendo de los trenes.
Hace ya casi veinte años
que no subo
ni bajo
por escalera de mi casa.
Ni siquiera sé si aún está ahí.
Pero poco después de las doce,
cuando todo el peso
de la luz
debe estar cayendo sobre ella,
pienso en que tarde
o temprano
no voy a soportar más
el paso de las aguas
y el recuerdo de los trenes,
como un estruendo.
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