Soy adicto al béisbol. Necesito discutir de pelota. Léase bien. No busco conversaciones objetivas, demostraciones de conocimientos o reflexiones agudas sobre ese deporte que se juega como si contara una novela, capítulo a capítulo. Busco la adrenalina de las discusiones apasionadas, irracionales.
Uno de los momentos más desoladores de mi exilio fue el día en que descubrí que nadie a mi alrededor sabía quién era Antonio Muñoz, que no tenía con quién recordar las hazañas de la Trituradora Naranja ni la gran temporada de Cheíto Rodríguez, aquella en que dio 28 jonrones en solo 60 juegos.
Por eso fueron tan importantes para mí las Águilas Cibaeñas y los Medias Rojas de Boston. Esos dos equipos me ofrecieron la posibilidad de volver a tener sentido de pertenencia y razones para discutir. Desde el 2000, año en que me fui de Cuba, he sido campeón 10 veces, 7 con las Águilas y 3 con los Medias Rojas.
Una de las noches más inolvidables de mi vida fue la del 17 de octubre de 2004. Boston no ganaba una Serie Mundial desde 1918 y estaba a punto de ser barrido por los Yankees. Era el noveno inning del cuarto juego de la Serie de Campeonato. New York ganaba 4-3.
Mariano Rivera, con 53 juegos salvados, salió a matar. Tras cinco lanzamientos, acabó transfiriendo a Kevin Millar. Dave Roberts (quien había llegado a Boston procedente de los Dodgers) lo sustituyó en primera. Unos lanzamientos después, Roberts se fue para segunda y apenas llegó antes que la pelota.
El resto es historia. Ese robo de base marcó el regreso más grandioso de las Grandes Ligas. Luego de ganarle cuatro en fila a los Yankees, los Medias Rojas barrieron a los Cardenales de San Luis y se coronaron campeones tras 86 años de angustiosa sequía.
En unas horas, Boston volverá a la Serie Mundial a enfrentarse con los Dodgers. Curiosamente, el hombre que alcanzó la segunda base con la punta de los dedos y anotó la carrera del empate frente a los Yankees, ahora es el manager de Los Ángeles.
En los Dodgers, además de Roberts, está el cienfueguero Yasiel Puig. Desde que Caballo Salvaje llegó a la Gran Carpa, me he visto en la obligación de velar por dos equipos en la Tabla de Posiciones. El hecho de que ahora se enfrenten me pone en una situación muy difícil.
Es por eso que hago esta declaración de neutralidad. Qué gane el mejor. Sea cual sea el resultado, la alegría que esas dos novenas la han ofrecido a mi corazón durante este mes es impagable. ¿Hay alguien ahí que esté dispuesto a discutir conmigo sobre eso?
1 comentario:
Estimado Camilo Venegas:
Hace unos años haciendo mi trabajo de todos los días, me tropecé con una línea de texto que aún retumba en mí: «Aquel año conocí el mar». Me habían entregado una selección de artículos publicados periódicamente en La Gaceta de Cuba, para que diseñara lo que después se convirtió en Siglo Pasado, una coedición de la Editorial Capiro y Ediciones Unión, de la que muy probablemente conserves algún ejemplar.
Las selecciones de textos de varios autores no son precisamente el tipo de libros que un diseñador editorial suele leer completos antes de hacer su trabajo. lo normal para esos casos, como es de imaginar, es que uno hable con el editor, en este caso el espectacular Norberto Codina y con eso basta para llevarse una idea general del asunto.
Así que no fue hasta cuando me encontraba haciendo las correcciones de la diagramación que me chocó de frente aquella pequeña oración.
Automáticamente me dije: esto hay que leerlo. Genial. Eñ siguiente paso fue preguntar: ¿y este quién es?, pues dado que por aquellos y unos cuantos años más me codeaba con casi todos los escritores importantes del país año tras año en la Feria del Libro de La Habana, me resultaba increible que no conociera a uno de los publicados en tan selecta edición y que encima me había impresionado tan gratamente.
Era hora de visitar a mi hermano y gurú Yamil Díaz.
Conociéndome, Yamil solo apeló a decir: la clase'e yunta que harías tú con Camilo. Y más aún me compartió un par de boletines Duro y Curvero de tu cosecha. Y ahí quedó sellada unilateralmente nuestra amistad.
Bebí y compartí minuciosamente cada boletín por mucho tiempo entre mi piquete permanente de la peña Burro Perico del Sandino de Santa Clara y alguno más entre los que podría destacar a Alejandro Ohms Jr, Francisco Javier Carbonell con los que por aquel mismo año preparabamos un libro sobre mejoras en el entrenamiento del pitcheo.
No te engaño al decirte que cuando dejé de recibir el boletín, el dolor fue solo comparable a la perdida de un ser querido. En la incomunicada isla de principios de este milenio, Duro y Curvero era elixir de los dioses del béisbol.
Hoy, el azar, el tiempo, los caminos que únicamente se empeñan en conducirnos a Roma, han decidido que haya regresado a Santo Domingo, no al de Villa Clara donde nací y viví mi infancia feliz, sino al de su universo paralelo, el de República Dominicana, en el que desde hace cuatro meses compartimos oxígeno.
Si has llegado hasta aquí, gracias. Además habrás notado que no te he tratado de usted y es que me resulta raro pues aunque por la admiración que siento debería ser fácil, a la vez puede más la extraña sensación de que nos conocemos desde hace mucho tiempo.
Encontré este blog en mi búsqueda tras tu huella dominicana y lo he disfrutado silenciosamente, con el mismo nudo en la garganta que una vez me provocó esa primera línea que dice: «Aquel año conocí el mar».
Contento de encontrarte.
Aquí, en Santo Domingo, RD, desde ya tienes un hermano con quién discutir hasta la saciedad de pelota y con el que puedes compartir el recuerdo del inequívoco olor de las traviesas de madera de nuestras líneas y el sonido del pito de las locomotoras de vapor camino a los ingenios, y quién sabe si con suerte una amistad que transportar a nuestros sucesores.
Un abrazo inmenso.
Leonardo Orozco
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