Hace
unos días, mientras le echaba gasolina a nuestro Jeep, un joven dominicano se aseguró de que Diana no lo escuchara y me preguntó
cuántas venezolanas me "había dado". Cuando le dije que ninguna, puso
cara de asombro. "Pero si están que lo dan hasta por una cena…",
respondió desconcertado.
Al
día siguiente, leí una entrevista a dos prostitutas venezolanas.
Eran muy jóvenes. Una estudiaba arquitectura en Caracas, la otra quiere volver a estudiar mercadeo. Dejaron atrás todo: su familia, sus amigos, su cultura. “Lo
único que yo pido es recuperar mi dignidad”, dijo al final una de ellas.
“Es
increíble cómo Chávez destruyó a ese país”, me comentó un amigo en un semáforo,
mientras un venezolano tragaba fuego delante de nosotros. “Sí –le
respondí—, el chavismo también imitó al fidelismo en eso: ahora Venezuela es un
país de sobrevivientes”.
Por eso los jóvenes se ven forzados a marcharse, a hacer malabares o
prostituirse, a vivir sin esperanza ni futuro. Hasta ahora, todas las revoluciones que se ha hecho en nombre de los que menos tienen lo único que han logrado es que nadie tenga nada, la mayoría de las veces ni dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario