Enrique
Del Risco acaba de publicar El compañero que me atiende, un libro que —según sus editores— también pudo llamarse “historia
cubana del miedo. El miedo de vivir (y sobre todo, de escribir) rodeado de un
ejército de policías, agentes encubiertos, colaboradores y simples soplones
encargados de pastorear las almas descarriadas de los cubanos, sean escritores
o no”.
Eso
me hizo pensar en todos esos compatriotas míos que siguen cargando con su
terror aun cuando están bien lejos de Cuba y su viciosa realidad. Siempre
tienen una excusa para justificar sus omisiones, sus silencios o su
inquebrantable manía de mirar para otra parte.
A
veces dicen que no hablan de Cuba porque eso es perder el tiempo, otras que no
les interesa la política (lo cual es falso, porque nunca pierden la oportunidad
de criticar a las democracias) o, cuando ya no pueden más, bordan sus
inconformidades para que permanezcan siempre en el límite de lo admisible.
Hoy
mismo me compraré el libro de Enrisco. Seguramente me ayudará a seguir venciendo
mis propios miedos y a no callarme. Cuba, al menos para mí, ya es un caso
perdido; pero me gustaría pensar que es recuperable para la generación de nuestros
hijos o la de nuestros nietos, con esa ilusión en mente, trato de no quedarme callado
nunca.
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