Los domingos en la tarde, cuando llega la hora de regresar a Santo Domingo, siempre me viene a la cabeza la guagua Girón de Transportes Escolares. Para los que no son cubanos ni vivieron aquella realidad, es muy difícil de explicar ese raro sentimiento.
Volver de la casa en la montaña al hogar en la ciudad no se parece en nada al acto que ese hecho me recuerda (ser forzado a despedirte de tu familia para pasarte una semana lejos de ellos, estudiando y trabajando en el campo). Quizás es la hora en que se produce y el silencio de los domingos, que es invariable en casi todos los sitios del mundo.
Hace unas semanas, establecí contacto otra vez con José Manuel Falcón, un querido compañero de viaje en el trayecto del Paradero de Camarones al IPUEC Eusebio Sánchez, en Yaguaramas. Días después, apareció Tania Chinea en Facebook, con quien hice incontables veces la travesía hasta El Nicho, en lo alto del Escambray.
Han pasado más de veinte años, pero entre nosotros persiste un rarísimo vínculo: el zumbido de aquel ómnibus chirriante que pasaba a buscarnos sin falta para separarnos de nuestras familias por cinco días. En el camino compartíamos latas de leche condensada o arroces del día anterior y cantábamos las más indescriptibles canciones.
Era los domingos en la tarde. Aún a los 43 años me resulta muy difícil de explicar ese raro sentimiento.
1 comentario:
Camilo a mi me pasa lo mismo. Tambien estaba becado y aun los domingos por las tardes tengo ese raro sentimiento de que hablas. :)
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