06 septiembre 2024

Ferrol


Ferrol no es una ciudad linda. Toda la belleza que fue capaz de construir la botó al mar, cuando tuvo los más importantes astilleros del imperio español. Por un momento pensé que llegaríamos de espaldas, porque el tren sale retrocediendo de La Coruña y no usa el triángulo al desviarse.

Pero al llegar a la estación de Betenzos-Infesta vuelve a retroceder, es decir, que recupera el sentido de la marcha que traíamos de Madrid. Un taxista nos salió al paso en cuanto abandonamos la estación. “No sé a qué han venido a Ferrol —nos dijo mirándonos a través del espejo retrovisor— aquí se come muy mal”. 

No pudo esperar por nuestra reacción, acabó riéndose de su chiste antes que nosotros. Él fue quien nos sugirió O Pincho, un pequeño restaurante que queda muy cerca de nuestro hotel y donde, según él, hacen uno de los mejores pulpos de la ciudad. Dejamos la maleta en la habitación y bajamos a comprobarlo.

Para enfrentar el aire frío que nos sorprendió, un tinto de la Rioja (sí, ya sé que lo mandatorio era un Albariño, pero era eso o volver al hotel por un abrigo). En la noche cenamos justo al lado, en el Trilli. Chipirones a la plancha y (me van a perdonar otra vez) dos copas del mismo Rioja.

Caminamos por la ciudad sin saber a dónde ir. Averiguamos el punto desde el que debíamos partir al día siguiente y, después de detenernos frente a un cruceiro, nos dejamos empujar por las corrientes de aire frío que suben del mar. Ellas sí parecen saber a dónde quieren ir. 

En una librería me compré Casi (Libros del Asteroide, 2024), de Jorge Bustos, un libro que ocurre en “la montaña urbana de Príncipe Pío”, muy cerca de nuestra Estación del Norte. Ya empecé a leerlo, una vez más confirmo por qué disfruto tanto las columnas de Bustos en El Mundo. Diana sigue junto a Emerson.

—¡Bon Camiño! —nos deseó el camarero del Trilli cuando nos despedimos. De regreso al hotel volvimos a ver a las enormes grúas del puerto. Ellas dominan el horizonte de Ferrol, ni siquiera las estatuas que tienen alas pueden llegar tan alto. —¡Bon Camiño! —nos dijimos a nosotros mismos, ya entre bostezos.

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