Junto a Julia y Miguel Ángel en la parroquia de San Peleyo de Buscás. |
En el hotel Albatros, de Pontedeume, le sirven el desayuno a los peregrinos en un pequeño espacio donde apenas caben cuatro mesas. Por eso no nos fue difícil entablar una conversación con Paco Izquierdo, un juez jubilado de Málaga que hace el Camino todos los años y que se había sentado justo a nuestro lado.
“Tengo un apellido ideológicamente equivocado”, nos advirtió. Esa frase funcionó como una contraseña que desbloqueó los comentarios sobre las noticias que se oían en el televisor del fondo. Del otro lado, un matrimonio de peregrinos parecía no interesarle lo que hablábamos. Nunca levantaron la cabeza, ella del plato y él de La Voz de Galicia.
Paco quería empezar cuanto antes la gran cuesta que nos esperaba a la salida de Pontedeume. “Suelo llegar al próximo hotel antes que las maletas”, nos dijo para explicar su prisa. Le pedimos a la peregrina que nos hiciera una foto. Pero el camarero se ofreció y entonces ella posó junto a nosotros.
La encontramos otra vez en el mirador desde donde se divisan Cabanas, el largo puente de piedra sobre el río Eume y Pontedeume. Su esposo había tenido que volver al hotel porque a ella se le habían quedado los bastones. Nos despedimos por segunda vez en la mañana y continuamos la marcha junto a una pareja de alemanes.
Diana entabló una conversación en inglés con ella. Él y yo participábamos cuando entendíamos algo. Ambos nacieron en Berlín Occidental. “Free Berlin”, acotó ella. La conversación fue larga, duró hasta que las interminables cuestas acabaron distanciándonos. Nunca más nos vimos.
El cuerpo de Diana, entrenado en la Loma de Thoreau, empezaba a responder. Lo demostró en el monte Breamo, con pendientes hasta de un 25%. Un caldo en Miño nos dio fuerzas para seguir. Luego de unos pinchos de tortilla y unas cervezas en Porto Abaixo, ya listos para el tramo final hacia Betanzos, nos reencontramos.
Julia y Miguel Ángel, así se llamaban los que desayunaron junto a nosotros en el hotel Albatros. Habíamos compartido con muchos el camino hasta ahí y en algún momento acabábamos separándonos. No nos volvimos a separar de Julia y Miguel Ángel.
Ella es del Amería y él de Sevilla. En Betanzos no habíamos reservado en el mismo hotel, pero quedamos en salir juntos hacia Bruma. Diana y Julia, atemorizadas por las advertencias de que ese era el peor tramo, propusieron pedir un transporte cuando ya no pudieran más. No lo necesitaron, nunca se quedaron atrás.
“Si no hubiera sido por ustedes —nos escribió Julia ya desde su casa—, no habría terminado el Camino”. Cuando nos dieron la Compostelana, ella y Diana se abrazaron llorando. En la Plaza del Obradoiro le pedimos a una portuguesa, que encontramos varias veces en el trayecto, que nos hiciera una foto.
En la Plaza del Obradoiro, tras recibir la Compostelana. |
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