14 septiembre 2024

Los trenes cubanos ya no tienen escapatoria

Tren blindado en Santa Clara, una de esas dos locomotoras
es la 50902.

Un accidente ocurrido el pasado 12 de septiembre, entre las estaciones de Quintana y Jovellanos, dejó al descubierto el depauperado estado de los ferrocarriles cubanos, un sistema que en 1959 estaba entre los más avanzados y extensos —en proporción territorial— del mundo.
El descarrilamiento de un tren de carga en Matanzas provocó que se detuviera un tren de viajeros en Santa Clara. Hasta principios de este siglo una situación como esa era impensable, gracias a las vías de escape con las que contaba la Línea Central en casi toda su extensión.
Tras la caída de los ferrocarriles en Cuba en manos de militares, con un profundo desconocimiento de ese complejo medio de transporte, la admirable cultura ferroviaria que ostentó la Isla (y que se transmitió de generación en generación por más de un siglo) empezó a ser anulada por mandos ineptos y órdenes absurdas. 
Si el reciente accidente hubiera ocurrido 20 años atrás, el tren de viajeros de Guantánamo a La Habana habría podido continuar su marcha hasta Jovellanos y allí desviarse hacia Unión de Reyes, desde donde podía dirigirse a Matanzas y retomar su itinerario.
Los viajeros que iban hacia las estaciones afectadas por el desvío o que esperaban el tren en ellas, eran transportados en autobuses. Los ferroviarios de entonces sentían un gran orgullo cuando contaban las soluciones que le encontraban a las crisis provocadas por accidentes o incidencias en las vías.
En la región de Camagüey, la vía de escape era la Línea Norte. En Las Villas y Matanzas, la Línea Sur. En ningún tramo de esas extensas provincias tenía que detenerse un tren nacional por un accidente. Ahora es noticia los refresquitos que buscaron en Santa Clara para los 895 pasajeros que se quedaron varados allí.
Otro tren que se quedó varado en Santa Clara y que finalmente fue entregado para que lo descarrilaran y escenificaran un combate, se valió de esas vías de escape. Partió de la estación de Ciénaga por Línea Sur y ya en la provincia de Matanzas se incorporó a la Central.
Hoy, tras la debacle ferroviaria de Cuba, su trayecto es también un símbolo. Quizás ese sea su más efectivo blindaje. Otra cosa de él sobrevive. Una de sus dos locomotoras, la 50902, aún se mueve “en la ciudad que posee la isla en el centro”*. Todo lo demás ha sido inmovilizado. Espera. Detenido en Santa Clara.

*Verso de la canción “El tren blindado” de Silvio Rodríguez.

La 50902, una de las dos locomotoras del tren blindado,
en la actualidad.

06 septiembre 2024

Ferrol


Ferrol no es una ciudad linda. Toda la belleza que fue capaz de construir la botó al mar, cuando tuvo los más importantes astilleros del imperio español. Por un momento pensé que llegaríamos de espaldas, porque el tren sale retrocediendo de La Coruña y no usa el triángulo al desviarse.

Pero al llegar a la estación de Betenzos-Infesta vuelve a retroceder, es decir, que recupera el sentido de la marcha que traíamos de Madrid. Un taxista nos salió al paso en cuanto abandonamos la estación. “No sé a qué han venido a Ferrol —nos dijo mirándonos a través del espejo retrovisor— aquí se come muy mal”. 

No pudo esperar por nuestra reacción, acabó riéndose de su chiste antes que nosotros. Él fue quien nos sugirió O Pincho, un pequeño restaurante que queda muy cerca de nuestro hotel y donde, según él, hacen uno de los mejores pulpos de la ciudad. Dejamos la maleta en la habitación y bajamos a comprobarlo.

Para enfrentar el aire frío que nos sorprendió, un tinto de la Rioja (sí, ya sé que lo mandatorio era un Albariño, pero era eso o volver al hotel por un abrigo). En la noche cenamos justo al lado, en el Trilli. Chipirones a la plancha y (me van a perdonar otra vez) dos copas del mismo Rioja.

Caminamos por la ciudad sin saber a dónde ir. Averiguamos el punto desde el que debíamos partir al día siguiente y, después de detenernos frente a un cruceiro, nos dejamos empujar por las corrientes de aire frío que suben del mar. Ellas sí parecen saber a dónde quieren ir. 

En una librería me compré Casi (Libros del Asteroide, 2024), de Jorge Bustos, un libro que ocurre en “la montaña urbana de Príncipe Pío”, muy cerca de nuestra Estación del Norte. Ya empecé a leerlo, una vez más confirmo por qué disfruto tanto las columnas de Bustos en El Mundo. Diana sigue junto a Emerson.

—¡Bon Camiño! —nos deseó el camarero del Trilli cuando nos despedimos. De regreso al hotel volvimos a ver a las enormes grúas del puerto. Ellas dominan el horizonte de Ferrol, ni siquiera las estatuas que tienen alas pueden llegar tan alto. —¡Bon Camiño! —nos dijimos a nosotros mismos, ya entre bostezos.

05 septiembre 2024

El tren a Ferrol

Talgo Alvia (Alta Velocidad en Vía Internacional y Ancha) de
la Serie 730 entre las nieblas de Galicia.

Aunque en los trenes de alta velocidad hacia Galicia ya circulan los modernos Talgo Avril (Serie 106 de Renfe), el servicio a Ferrol lo siguen cubriendo los Alvia de la Serie 730, que son los únicos capaces de circular por todos los tipos de vías, incluyendo las que no están electrificadas.
El 04095 sale de la estación de Chamartín a las 08:00 y llega a Ferrol a las 13:32. Para en Segovia, Medina del Campo, Zamora, Sanabria, La Gudiña, Ourense, Santiago de Compostela, La Coruña, Infesta, Betanzos y Pontedeume. Sin detenerse, cambia de ancho de vía en Taboadela (poco antes de llegar a Ourense).
Antes, a unos 57 km de Madrid, está el túnel que atraviesa la sierra de Guadarrama. Sus 28 km lo convierten en el más largo de España, el sexto de Europa y el noveno del mundo. Como un topo, a mil metros sobre el nivel del mar y a 250 km/h, el Talgo avanza por el vientre de las montañas.
Para subsistir durante el largo trayecto, llevamos bocadillos de jamón serrano y dos libros. Diana, ensayos de Emerson. Yo, relatos de Jean Echenoz. También cargamos con una Guía del Camino Inglés. Aunque no descartamos la asistencia de las aplicaciones, preferimos movernos a la antigua, siguiendo flechas y vieiras.
¡Vémonos pronto!

04 septiembre 2024

Hasta Santiago a pie

Botafumeiro, catedral de Santiago de Compostela.
Foto: Camilo Venegas

No, no me refiero a la mítica conga santiaguera. Aquella con la que los Hermanos Bravo arrollaron, por las grandes capitales del mundo, mientras compartían escenario con Sammy Davis Jr., Tom Jones o Charles Aznavour. Hablo de un viaje íntimo, de amor y fe, junto a mi santiaguera, por el norte de Galicia.

Pero antes de dar el primer paso, viajaremos en tren desde Madrid hasta el golfo Ártabro. Recorreremos 507 kilómetros a través de los campos de Castilla, las entrañas de la Cordillera Cantábrica y las herméticas neblinas gallegas. Serán cinco horas que pasarán volando por la ventanilla del Alvia.

Luego andaremos desde Ferrol hasta Santiago de Compostela. Seguiremos los pasos de todos los británicos que convirtieron ese sendero en el Camino de los Ingleses. En ningún otro recorrido a Santiago el mar tiene tanta omnipresencia. Iremos por el borde de las rías altas hasta dar con el más grande bosque costero de la Europa meridional.

La primera noche la pasaremos en Ferrol, donde esperamos encontrarnos con ese “viento cada vez más furioso” que tanto se le oye soplar en las páginas de Gonzalo Torrente Ballester. Luego pernoctaremos (¡y comeremos!) en Neda, Pontedeume, Betanzos, Bruma y Sigüeiro.

Diana y yo queríamos hacer el Camino de Santiago desde hacía mucho. Pero los compromisos laborales y familiares nos obligaron a aplazarlo una y otra vez hasta ahora. Incluso esta vez estuvimos a punto de cancelarlo. Pero al final llegamos a la conclusión de que la mejor manera que teníamos de hacer un alto era caminar.

Henry David Thoreau sostiene que “la mitad del camino que recorremos no es otra cosa que desandar lo andado”. ¡Vamos a desandar!

Evocaciones de Atlántida (VIII). El viejo Pancho

El callejón donde estaban las casas de Machín
y Pancho Cabrales en la actualidad.

En casa mencionaban a cada rato al viejo Pancho Cabrales. Era como un fantasma que aparecía, el día menos pensado, en los recuerdos de mi familia. Mi tío Aramís nunca dejaba de mencionarlo cada vez que me hacía sus largos recuentos de la vida que vivió en el Paradero de Camarones.
Cada vez que la turbina de mi casa dejaba de funcionar, Aurelio me enviaba a casa de su sobrino Leopoldo (hermano de Aramís). Siempre que llegaba con sus enormes llaves Stilson, mi abuelo lo saludaba con un “¡qué pasa, Pancho Cabrales!”. Entonces, entre carcajadas, tío y sobrino se daban un beso.
Gracias a esta crónica de Julio Romero, que sí alcanzó a conocer al viejo pocero, entiendo la broma de Aurelio con Leopoldo. Aquí Julito rescata, por fin, uno de los personajes más queridos por el Paradero de Camarones, para que su nombre y sus recuerdos queden por escrito.
C. V.


Por Julio Romero

Yo tenía diez años cuando nos mudamos del pequeño caserío de La Manchuria al Paradero de Camarones. Nena Noalla, tía política de mi madre, le cedió un solar a Machín y Mariquita. Allí montaron la casa.
Enfrente, cruzando la calle, había una frondosa mata de mangos, de esos que por su gran tamaño llaman “huevos de toro”. Luego un terreno baldío en el que crecían, a trechos, algunas matas de quimbombó y calabazas que cultivaba Arcadio, un señor de color y de edad vetusta, que vivía al inicio de la calle.
Por el lado nuestro quedaban la casa de Eliserio Echeverría, la de Edelmira y, al final, doblando la esquina, la del viejo Pancho. Pancho Cabrales era primo de mi abuelo paterno por parte de los Cabrales y, por tanto, pariente lejano de Machín.
No obstante, era tanto el cariño y el respeto que mi padre le tenía, que le llamaba tío Pancho. Era octogenario y tan afable, que hacía que las gentes del pueblo lo llamaran cariñosamente “el viejo Pancho”.
Machín y él se reunían todos los días en la esquina para ir al bar a tomarse la mañana. Pancho le decía al cantinero: “échame una de cal y otra de arena”. Esto era un trago de aguardiente de caña mezclado con licor de anís. Por su parte, mi padre pedía: “el cañonazo de las nueve”, un doble de ron refino que hacía alusión a la hora.
El viejo Pancho fue el primer pocero que tuvo el pueblo. El antecesor de Marino Pérez. Acudían a él cada vez que se averiaban las bombas de los pozos artesianos. Y allá iba toda la grey infantil a hacerle el coro, para oír las ocurrencias y anécdotas de aquel simpático patriarca.
Entre las brumas de mi memoria sale a relucir ahora un cuento de aparecidos que él hacía. Contaba que una vez se levantó de madrugada para arreglar un pozo en Hormiguero y al ir a ensillar su yegua pinta, en el lindero del potrero, le salió al paso una sábana blanca que brillaba con una luz interior. 
Aterrado, trató de cortar camino hacia la derecha, pero aquella forma también se movió en ese sentido. Por último, en un momento en que el espectro se quedó quieto, pudo ponerle los arreos al animal y huir despavorido a lo largo de la calle. La luz lo fue persiguiendo hasta la mata de mangos huevos de toro. Allí desapareció.
—Ése es un muerto que quiere algo —le dijo a Machín—. Te convendría ponerle una asistencia. Algo así como una jícara con ron y tabaco.
Mi padre se moría de la risa con esas cosas. Se lo tiró a broma y nunca le puso tales ofrendas al difunto. Lo cierto es que yo quedé impresionado y no salía de noche al portal, y mucho menos osaba mirar hacia la mata por miedo a encontrarme con el fantasma.
La última anécdota curiosa del viejo Pancho fue la de su muerte. Tenía como noventa años cuando comenzó a padecer ataques del corazón. Lo habían dado por muerto dos veces y en las dos revivió pocos minutos después. Volvió a ser el mismo viejo Pancho de siempre, dicharachero y bebedor de su mezcla de cal con arena. 
Ahora analizo yo, en retrospectiva, que pudieron tratarse de estados de síncope producidos por un bloqueo cardíaco. Algo que se hubiera resuelto con un marcapasos, pero en aquellos tiempos, ni pensarlo. Pasó unos meses sin ataques hasta que un día reunió a la familia.
—Busquen a Machín para que cocine un fricasé de guanajo —les dijo—. Vamos a comer todos hasta hartarnos porque mañana es mi partida.
—No joda, tío —le respondió mi padre cuando se encontraron—. Hay viejo Pancho pa’ rato.
No obstante, le hizo caso y cocinó el fricasé. Pancho también mandó a buscar a Emilio Fuentes, el dueño de la funeraria de Palmira, para que comiera con él. Eran buenos amigos. Durante la cena, mientras brindaban con vino de fruta bomba, el viejo le recordó una apuesta que habían hecho de jóvenes.
—Sí, no se me olvida —dijo Emilio—. Al primero de los dos que muera, el sobreviviente le paga el entierro.
—¡Pues prepárate —exclamó Pancho con voz luctuosa—, porque es mañana! Al otro día, a las dos de la tarde, le repitió el síncope. Pero esta vez el viejo Pancho no volvió. Si alguien del más allá le tendió una mano, él se aferró a ella para cumplir su promesa y ganar la apuesta. Era incapaz de escribir, pero sus recuerdos merecen perpetuarse en un papel.

03 septiembre 2024

"Por Atlántida", un poema de Juan Carlos Recio

Mi abuela Atlántida en mi lugar en el mundo.

Atlántida es una batalla contra el olvido. Ante la imposibilidad de volver a mi lugar en el mundo, tras la la desaparición del país al que pertenezco, la única posibilidad que me quedaba de regresar a uno y al otro era escribiendo. Me hace muy feliz que mi novela, además de lectores, consiga inspirar a otros, los motive a darle continuidad al viaje. 
A Juan Carlos Recio lo recuerdo siempre parado en el medio de una puerta que Bladimir Zamora acababa de abrir. Eran todavía los años 80 y La Habana, ya en peligro de derrumbe, conseguía mantenerse en ese status quo que alguien llamó "estática milagrosa". No recuerdo cuánto duró la visita, pero sí la fiesta de rones, poemas y abrazos reales, porque en aquel mundo aún eran inconcebibles estos abrazos que nos damos ahora en Facebook.
Gracias Juanca, por la lectura y, sobre todo, por el poema. Ahora tengo la certeza de que has logrado volver a viajar en tren por los extraños pueblos.
                                                                                                                  C. V.


POR ATLÁNTIDA

                                      Para Camilo Venegas

Uno vive de la memoria
de lo que fue mientras camina al olvido.
Cada persona cuenta fragmentos 
que te llevan a otros acordes tuyos.
Así lo confirma el que lee.
Así lo confirma el que narra.
No importa la vida que vivas en los otros,
la tuya es una extensión única.
Una palabra,
la construcción de un sueño,
la libertad que dentro libera
lo que alguna vez fue un sitio increíble
y cárcel y otra vez cárcel.
Hay libertades que se van logrando:
aquellas cercas que corrimos,
aquellos nados entre peces
y el fango de alguna crecida
que nos hizo inmortales.
Uno se va quedando en la memoria
como si se aferrara a una suerte.
Cuando por fin salimos de la cárcel
y al amanecer nombramos
esas distancias que de alguna manera
también cargamos,
un saco de peces
una penca que se pudrió
en el borde del barranco.
Después alguien escribirá sobre el olvido.
Ahora tenemos esa estación impermeable
contra toda desgarradura y el maquinista eres tú.
Tú en tus variantes pájaro en su jaula que ve morirse los rieles
donde se hizo el sueño - alquimia de unas ilusiones-
el sueño fugaz del paso de los trenes
que nos llevan, sin remedio, a la estación
donde jubiloso 
nos recibirá 
el olvido.

Juan Carlos Recio (Santa Clara, 1968)