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Rebeca, Diana, Miguel y yo disfrutando el arte desde los tendidos. |
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Enrique Ponce, en hombros, a punto de salir por la puerta grande. |
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Rebeca, Diana, Miguel y yo disfrutando el arte desde los tendidos. |
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Enrique Ponce, en hombros, a punto de salir por la puerta grande. |
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Enrique Ponce tomó la alternativa el 16 de marzo de 1990, de manos de Joselito, en Valencia. Se despide 34 años después. |
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El magnolio de Xuvia, considerado el más viejo de Europa. |
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Diana en la capilla del monasterio, junto al bastón que le regaló el anciano. |
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El grueso tronco del magnolio centenario de Xuvia. |
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Junto a Julia y Miguel Ángel en la parroquia de San Peleyo de Buscás. |
En el hotel Albatros, de Pontedeume, le sirven el desayuno a los peregrinos en un pequeño espacio donde apenas caben cuatro mesas. Por eso no nos fue difícil entablar una conversación con Paco Izquierdo, un juez jubilado de Málaga que hace el Camino todos los años y que se había sentado justo a nuestro lado.
“Tengo un apellido ideológicamente equivocado”, nos advirtió. Esa frase funcionó como una contraseña que desbloqueó los comentarios sobre las noticias que se oían en el televisor del fondo. Del otro lado, un matrimonio de peregrinos parecía no interesarle lo que hablábamos. Nunca levantaron la cabeza, ella del plato y él de La Voz de Galicia.
Paco quería empezar cuanto antes la gran cuesta que nos esperaba a la salida de Pontedeume. “Suelo llegar al próximo hotel antes que las maletas”, nos dijo para explicar su prisa. Le pedimos a la peregrina que nos hiciera una foto. Pero el camarero se ofreció y entonces ella posó junto a nosotros.
La encontramos otra vez en el mirador desde donde se divisan Cabanas, el largo puente de piedra sobre el río Eume y Pontedeume. Su esposo había tenido que volver al hotel porque a ella se le habían quedado los bastones. Nos despedimos por segunda vez en la mañana y continuamos la marcha junto a una pareja de alemanes.
Diana entabló una conversación en inglés con ella. Él y yo participábamos cuando entendíamos algo. Ambos nacieron en Berlín Occidental. “Free Berlin”, acotó ella. La conversación fue larga, duró hasta que las interminables cuestas acabaron distanciándonos. Nunca más nos vimos.
El cuerpo de Diana, entrenado en la Loma de Thoreau, empezaba a responder. Lo demostró en el monte Breamo, con pendientes hasta de un 25%. Un caldo en Miño nos dio fuerzas para seguir. Luego de unos pinchos de tortilla y unas cervezas en Porto Abaixo, ya listos para el tramo final hacia Betanzos, nos reencontramos.
Julia y Miguel Ángel, así se llamaban los que desayunaron junto a nosotros en el hotel Albatros. Habíamos compartido con muchos el camino hasta ahí y en algún momento acabábamos separándonos. No nos volvimos a separar de Julia y Miguel Ángel.
Ella es del Amería y él de Sevilla. En Betanzos no habíamos reservado en el mismo hotel, pero quedamos en salir juntos hacia Bruma. Diana y Julia, atemorizadas por las advertencias de que ese era el peor tramo, propusieron pedir un transporte cuando ya no pudieran más. No lo necesitaron, nunca se quedaron atrás.
“Si no hubiera sido por ustedes —nos escribió Julia ya desde su casa—, no habría terminado el Camino”. Cuando nos dieron la Compostelana, ella y Diana se abrazaron llorando. En la Plaza del Obradoiro le pedimos a una portuguesa, que encontramos varias veces en el trayecto, que nos hiciera una foto.
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En la Plaza del Obradoiro, tras recibir la Compostelana. |
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Tren blindado en Santa Clara, una de esas dos locomotoras es la 50902. |
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La 50902, una de las dos locomotoras del tren blindado, en la actualidad. |
Ferrol no es una ciudad linda. Toda la belleza que fue capaz de construir la botó al mar, cuando tuvo los más importantes astilleros del imperio español. Por un momento pensé que llegaríamos de espaldas, porque el tren sale retrocediendo de La Coruña y no usa el triángulo al desviarse.
Pero al llegar a la estación de Betenzos-Infesta vuelve a retroceder, es decir, que recupera el sentido de la marcha que traíamos de Madrid. Un taxista nos salió al paso en cuanto abandonamos la estación. “No sé a qué han venido a Ferrol —nos dijo mirándonos a través del espejo retrovisor— aquí se come muy mal”.
No pudo esperar por nuestra reacción, acabó riéndose de su chiste antes que nosotros. Él fue quien nos sugirió O Pincho, un pequeño restaurante que queda muy cerca de nuestro hotel y donde, según él, hacen uno de los mejores pulpos de la ciudad. Dejamos la maleta en la habitación y bajamos a comprobarlo.
Para enfrentar el aire frío que nos sorprendió, un tinto de la Rioja (sí, ya sé que lo mandatorio era un Albariño, pero era eso o volver al hotel por un abrigo). En la noche cenamos justo al lado, en el Trilli. Chipirones a la plancha y (me van a perdonar otra vez) dos copas del mismo Rioja.
Caminamos por la ciudad sin saber a dónde ir. Averiguamos el punto desde el que debíamos partir al día siguiente y, después de detenernos frente a un cruceiro, nos dejamos empujar por las corrientes de aire frío que suben del mar. Ellas sí parecen saber a dónde quieren ir.
En una librería me compré Casi (Libros del Asteroide, 2024), de Jorge Bustos, un libro que ocurre en “la montaña urbana de Príncipe Pío”, muy cerca de nuestra Estación del Norte. Ya empecé a leerlo, una vez más confirmo por qué disfruto tanto las columnas de Bustos en El Mundo. Diana sigue junto a Emerson.
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Talgo Alvia (Alta Velocidad en Vía Internacional y Ancha) de la Serie 730 entre las nieblas de Galicia. |
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Botafumeiro, catedral de Santiago de Compostela. Foto: Camilo Venegas |
No, no me refiero a la mítica conga santiaguera. Aquella con la que los Hermanos Bravo arrollaron, por las grandes capitales del mundo, mientras compartían escenario con Sammy Davis Jr., Tom Jones o Charles Aznavour. Hablo de un viaje íntimo, de amor y fe, junto a mi santiaguera, por el norte de Galicia.
Pero antes de dar el primer paso, viajaremos en tren desde Madrid hasta el golfo Ártabro. Recorreremos 507 kilómetros a través de los campos de Castilla, las entrañas de la Cordillera Cantábrica y las herméticas neblinas gallegas. Serán cinco horas que pasarán volando por la ventanilla del Alvia.
Luego andaremos desde Ferrol hasta Santiago de Compostela. Seguiremos los pasos de todos los británicos que convirtieron ese sendero en el Camino de los Ingleses. En ningún otro recorrido a Santiago el mar tiene tanta omnipresencia. Iremos por el borde de las rías altas hasta dar con el más grande bosque costero de la Europa meridional.
La primera noche la pasaremos en Ferrol, donde esperamos encontrarnos con ese “viento cada vez más furioso” que tanto se le oye soplar en las páginas de Gonzalo Torrente Ballester. Luego pernoctaremos (¡y comeremos!) en Neda, Pontedeume, Betanzos, Bruma y Sigüeiro.
Diana y yo queríamos hacer el Camino de Santiago desde hacía mucho. Pero los compromisos laborales y familiares nos obligaron a aplazarlo una y otra vez hasta ahora. Incluso esta vez estuvimos a punto de cancelarlo. Pero al final llegamos a la conclusión de que la mejor manera que teníamos de hacer un alto era caminar.
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El callejón donde estaban las casas de Machín y Pancho Cabrales en la actualidad. |
Mi abuela Atlántida en mi lugar en el mundo. |