02 julio 2023

Carlos Alberto Montaner


En la Cuba donde nací y crecí, aquella neocolonia soviética que se proponía parir un hombre nuevo, teníamos enemigos jurados. En primer lugar, el imperialismo. Luego China (aunque ahora nos parezca inconcebible). Y por último los cubanos que denunciaban la represión y la falta de libertades en la isla.
Un día sí y otro también, la prensa oficial del régimen denostaba a sus enemigos. En el caso de los individuos, atacaban insistentemente su reputación y su talento. Carlos Alberto Montaner era una de las mayores víctimas de aquella saña. El día que lo conocí, le pedí perdón por haberme creído, sin leerlo, que era “un pésimo escritor”.
—Hasta yo llegué a dudar de mí —me dijo con su peculiar sonrisa irónica.
Aquel mismo día, en casa de un amigo común, pude comprobar que padecía de una cubanidad irremediable. A pesar de haber vivido en Madrid gran parte de su vida, hablaba como si acabara de llegar de La Habana. De su Habana, quiero decir. Oírlo, era oír al país que perdimos, el que nos dejamos quitar.
Pocas personas han sido víctimas de tantos ataques y tanta persecución de la dictadura de Fidel Castro como Carlos Alberto Montaner. Asistí a una conferencia suya en Santo Domingo, donde la embajada de Cuba le organizó un acto de repudio con la complicidad de la ultraizquierda dominicana.
Los alrededores del lugar fueron empavesados con pintadas llamándolo asesino, terrorista y traidor. Luego, dentro de la sala, le interrumpían constantemente para que no pudiera hilvanar una idea. Patricia Solano, una reconocida comunicadora y activista dominicana, se puso de pie y pidió respeto. Solo así pudimos oír al ponente.
La intolerancia y la mala educación del régimen persiguieron a Carlos Alberto Montaner a donde quiera que fuera. Él, sin embargo, nunca se rindió. Hasta su último día fue consecuente con sus ideas libertarias y consigo mismo, que es a veces lo más importante. Su ingenio y su gran sentido del humor le sirvieron de gran ayuda.
A menudo solía comentarme los posts que yo publicaba en El Fogonero. A veces me elogiaba y a veces me contradecía. Siempre, con una paciencia que solo tienen los maestros, se tomaba el tiempo de abundar y explicarme lo que él pensaba sobre el tema. 
En 2014, publiqué un post donde me imaginaba la vejez de Diana Sarlabous y mía. Pocos minutos después de compartirlo, recibí un email de Carlos: “Buena, aunque melancólica reflexión. Te cuento, desde mis 71, que todavía estás muy lejos de ser viejo. Incluso, a mi provecta edad descubres que hay un cuarto periodo, ya sí muy jodido, que suele comenzar a los 80. Un abrazo, CA”.
Justo a los 80, con la valentía a la que nos tenía acostumbrados, decidió ponerle el punto final a una de las vidas más cubanas que conozco. Asumo su último acto como otra de sus esenciales enseñanzas. Estoy seguro de que su ingenio y su gran sentido del humor también le sirvieron de gran ayuda en ese momento.
Algún día mi país tendrá que pedirle perdón por tanto vilipendio y llevar, con los honores que merece, su nombre de regreso a La Habana.

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