Kikos plásticos (foto tomada de Cuba Material). |
Como en aquella historia de Algis Budrys con la que empezaba Cuentos de ciencia ficción (Biblioteca del Pueblo, 1969), un rayo recto de brillante luz violeta salió de las manos de Edilia y se elevó hasta el techo del aula. El bombillo de 100 watts, lleno de moscas, parpadeó varias veces antes de encenderse.
El 26 de julio de 1970, en su discurso en la Plaza de la Revolución, Fidel Castro admitió que en Cuba se habían dejado de producir un millón de pares de zapatos de cuero. Le echó la culpa al atraso en la puesta en marcha de una fábrica en Manzanillo, el ausentismo y las movilizaciones a la agricultura.
Pero inmediatamente después dio una “buena noticia”. Estaba a plena capacidad una fábrica de zapatos plásticos que podía producir 10 millones de pares al año. “Existe ya un material que se está analizando, llamado polyuretano, con el cual se pueden hacer zapatos cerrados, y se está estudiando esa tecnología”, anunció.
Así nació el kiko plástico. Un calzado que, al convertirse en parte del uniforme escolar, torturó a mi generación por años. Al sol, llevaban el sudor de las plantas de los pies al punto de ebullición. En época de frío, se sentía como si uno estuviera, de los tobillos para abajo, atrapado en un cubo de hielo.
Edilia, la conserje de la escuela del Paradero de Camarones, siempre andaba en kikos. Un día de tormenta, en que las ráfagas de agua chocaban como olas contra las paredes, hubo que cerrar las persianas de alumino y nos quedamos a oscuras en el aula. Entonces el maestro Gustavo le pidió a Edilia que encendiera la luz.
Solícita, la conserje se acercó a la esquina del aula donde antes hubo un interruptor para unir los dos cables. La brillante luz violeta la paralizó por un momento. Ya el bombillo de 100 watts había dejado de parpadear cuando Edilia por fin recuperó el aliento.
—¡Si no es por los kikos plásticos —dijo muy asustada— caigo redonda!
Al otro día todos la aplaudían como si hubiera regresado de un viaje al cosmos. “¡Ahí va Edilia con sus kikos plásticos!”, gritaban. Y ella, feliz de haber sobrevivido, saludaba a la multitud con los brazos en alto, igual que hacía Valentina Tereshkova en las revistas soviéticas.
Desde ese día los kikos de Edilia se convirtieron en una leyenda popular. Como la palangana de Zoilita, que una manga de viento la hizo volar por todo el pueblo igual que los platillos de Crónicas marcianas, o el tractor de Paco Guedes, que se quedó desenganchado y arrasó con la cocina de Pascualita.
Todo se debió a una cadena de sucesos que, al parecer, nada tenían que ver con el pueblo: el atraso en la puesta en marcha de una fábrica en Manzanillo, el ausentismo y las movilizaciones a la agricultura.
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