María está en primer año de bachillerato (décimo grado). Su curso ya ha empezado a recaudar fondos para la fiesta de graduación, que será en 2024. Anoche todos fueron camareros en un parque de food trucks. Comenzaron a trabajar a las 4 de la tarde y acabaron a las 12 de la noche.
Como padre, me tocó el turno de 10 a 12. Pedí unos dumpling de cerdo al vapor y una ensalada. Por primera vez en mi vida, la camarera se sentó en mi mesa a quejarse del cansancio que tenía. Se bebió toda el agua que yo le había pedido y me exigió que pidiera otra… ¡pero que yo la fuera a buscar al bar!
A pesar de tantos inconvenientes, le di una propina cinco veces mayor que el valor de la cuenta. Se fue tan feliz con mi aporte, que dejó los platos, las botellas y los vasos para que yo los recogiera. “Llévalos para allá”, me dijo indicándome el lugar donde debía poner todo.
Acabaron recolectando más de 1.700 dólares en propina (sospecho que por la generosidad de los padres). Cuando nos subimos al Jeep, mi camarera me dio un abrazo y me dijo que estaba feliz porque habían logrado mucho más de lo que pensaban. Lleno de orgullo, me olvidé de mis quejas y sugerencias.
—¿Te gustaron los dumpling? —me preguntó por fin.
—Todo estaba perfecto —le dije—, la comida y el servicio.
Al llegar a la casa ni siquiera me pidió que viéramos un capítulo de Stranger Things. “Ser camarera cansa”, dijo antes del bostezo con el que entró a su habitación.
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