Era el último verano de la década del 70. La prensa acababa de anunciar que dos pilotos cubanos se entrenaban en la Unión Soviética. Uno de ellos se convertiría en nuestro primer cosmonauta. Eso, la película La guerra de las galaxias y las aventuras De Copérnico a Gagarin, nos obsesionó con el cosmos.
Por eso la mayoría de nuestros juegos tenían que ver con vuelos espaciales. Donde hoy está la cervecera del Paradero de Camarones, entonces había un parque infantil. Aunque solo tenía cuatro botes que se columpiaban y un tobogán desde el que uno se lanzaba por unos segundos al vacío, a nosotros nos parecía increíble.
Por eso, en cuanto nos bañábamos y nos poníamos la ropa de por las tardes, nos reuníamos en aquel reducido espacio. Idalberto Ortega era el más veloz de nosotros. Le llamábamos El Venao. Además de rápido era temerario. Más de una vez lo vi llegar hasta las ramas más altas y frágiles de las matas de mangos.
Una tarde al Venao le dio por decir que uno de aquellos botes era una Soyuz. Empezó a coger impulso hasta que logró que girara sobre su eje. Dio dos vueltas perfectas, que nosotros vimos en cámara lenta. Aunque seguía sujeto a la armazón de hierro del columpio, parecía elevarse mucho más alto.
Pero a la tercera vuelta salió despedido al espacio. Como los astronautas de Caleidoscopio, el cuento de Ray Bradbury, el Venao se alejaba como una piedra lanzada por una catapulta gigante. En vez de un niño, se convirtió en una voz que se oía como si vinera desde muchísimos años luz: “¡Soy Yuri Gagariiiiiiiiin!”.
El 12 de abril de 1961, cuando Gagarin saltó en paracaídas de la cápsula que lo trajo de regreso a la Tierra, cayó lentamente sobre el río Volga. El Venao no corrió con la misma suerte. El suelo del parque infantil del Paradero de Camarones estaba cubierto de grava y contra él se proyectó a toda velocidad.
Apenas un año después, el 18 de septiembre de 1980, Arnaldo Tamayo Méndez abordó una Soyuz en Baikonur y partió hacia el espacio. Siempre que veíamos una foto suya en los periódicos, mirábamos al Venao con orgullo.
Él seguía siendo nuestro primer cosmonauta.
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