Hace 21 años decidí ser un hombre libre. Eso lo supe después, no en el momento en que lo hacía. Cuando entendí realmente en qué consistía la libertad, sentí que empezaba a vivir dentro de otro cuerpo. Nada ni nadie va a impedir que lo siga siendo.
Mi Cuba no queda en el golfo de México, sino en el pasado y en el futuro. Por eso cuando me refiero al presente de mi país, la primera palabra que me viene a la cabeza es dictadura. Si eso te molesta, es que no puedes tolerar que yo sea libre. No hay nada que hacer.
Arriba, junto a mi nombre, hay una ventanita que te permite borrarme y no tener que ver a diario mi desprecio hacia tus opresores (porque, aunque seas incapaz de admitirlo, vives encerrado en una irrespirable jaula). Siempre lo voy a sentir, pero mi libertad y —sobre todo— la de los cada vez más cubanos que quieren sentirse como yo, está por encima de todo.
Aunque somos amigos desde hace casi 40 años, hoy me siento mucho más cerca de esos jóvenes que unos viejos pánicos de Holguín dicen querer emparejar a palos. Esos muchachos (muchos de ellos menores de edad) han tenido el valor que a nosotros siempre nos faltó. Ellos son lo único que queda de nuestro país.
En la Cuba del futuro, si es que la llegamos a ver, mi libertad siempre estará dispuesta a abrazar la tuya.
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